MORRISSEY EN SU TINTA
Si Morrissey leyera las reseñas sobre su actuación en el Vive Latino, plagadas de lugares comunes, se pondría verde. Mejor hubiera sido encargarle a él la tarea. Como demuestra en Morrissey. Autobiografía (Malpaso, 2017), es un excelente cronista. Al relatar su concierto anterior en el Palacio de los Deportes, escribe: “Es como si un incendio bloquease las puertas. Flota en el ambiente algo que recuerda al Mundial de México 70, banderines y un calor insoportable, acto seguido el humo que se eleva y los alaridos y chillidos de aprobación al reconocer instantáneamente cada canción. Éste es mi desahogo físico. Debo estar explicándome bien porque aquí, ahora, 12 mil personas me comprenden”.
Lo más atractivo del libro es su relato de infancia en Mánchester, el sitio “más crispado y menos cortés que cualquier otro lugar de la Tierra”. Describe su paso por la primaria como si fuera un personaje de Dickens, maltratado por sus maestros: “Tú, me grita (uno de ellos) como si a mis nueve años ya hubiese echado a perder Inglaterra”. Allá, agrega, “la tristeza genera dependencia y se usa la vergüenza para meter en vereda a niños que persiguen la felicidad en medio de la desaprobación constante”.
Conocedor profundo de la poesía británica, Morrissey triunfó primero como líder de los Smiths, cuyo sonido, expresa, “despega con una progresión meteórica: ritmo de bombardeo, acordes explosivos, combativos fraseos de bajo y, por encima de todo ello, soy libre como halcón para pintar el lienzo como desee”. Sin embargo, esa tela se agotó por las luchas internas y el grupo se desbandó. Siguió una carrera solista exitosa, aunque a lo largo del libro expresa su desaliento de que no ha sido suficientemente reconocido por la industria del disco ni por la prensa.
Aunque sí reconoce el apego de sus fans, también describe las consecuencias de ser tan idolatrado: “Me paso la vida encerrado en un coche sobre cuyo capó se tiran los jóvenes; carreteras bloqueadas persistentemente por miles de imitadores de Morrissey; guardias de seguridad de los hoteles apostados afuera de mi habitación día y noche, con plantas enteras acordonadas para frenar a entusiastas fanáticos pirados a los que nada detiene con tal de llegar hasta mí”.
Pesimista-optimista empedernido, afirma: “No soy más desgraciado que cualquiera, y la mayoría de los seres humanos son criaturas despreciables —condenadas por la tristeza de ser, simplemente—”. Ser o no ser Morrissey. m