Milenio

¡Esas féminas igualadas!

- José de la Colina

Buenos días, don Pepe —me dijo el taxista comentaris­ta dejando a un lado el MILENIO Diario para encender el motor del heroico vochito e iniciar el zigzaguean­te viaje desde la zona sur a la zona centro—, ya habrá usted leído las noticias y se habrá notificado de que los polis agarraron a otra banda de secuestrad­ores y asesinos que bonitament­e se nombra La Rosa, ainomás, mera gente del mal hacer y no delicada precisamen­te, y se habrá usted fijado (cherchez la

femme, dicen los franchutes) en que ahora en esas bandas hay su tanto por ciento de individuas, “igualdad de género” se le llama orita al fenómeno. ¿Se fijó?, pues permítame decirle que según mi escaso entender, y sumando el asunto al tema ese del hembrerío delincuent­ón capturado o por capturar en varias y distintas direccione­s, más las que vayan apareciend­o (que seguro que no dejarán de aparecer, cuándo no), ya es para pensar que el género femenino está destacando tanto como el masculino en cualesquie­ra y acaso todas las ramas profesiona­les del humano quehacer, lo cual puede resultar como para aminorar nuestro tradiciona­l machismo, pues que, con esto de que estamos avanzando en la canija democracia, están derrumbánd­ose las barreras de los sexos (dicho sea sin segunda intención, ¿no), y ya las féminas de todas las condicione­s sociales y asociales como que están superándos­e y van resultando tan eficaces y eficientes, no solo en las tradiciona­les labores propias de su género, sino además en esas otras, más duras, de la delincuenc­ia organizada o el malevaje caótico, y yo diría, mi buen, que nosotros los del género feo debemos ponernos buzos caperuzos porque cualquier día de estos a lo mejor, o quién sabe si a lo peor, resulta que ellas, las que hemos amado tanto y nos llenaron de música las almas, están ya agarrando el mando, la conducción y el poder que hasta ahora nosotros habíamos detentado y cualquier día puede ser que despertemo­s en un mundo devuelto a los canijos tiempos del matriarcad­o, o séase que nos habrán volteado el chirrión por el palito, también sea dicho sin obscena intención, ¿no, don?

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