Arranque en Viernes Santo
En el colmo de la imprevisión y esa actitud de prepotencia detrás de la legislación electoral y sus órganos ejecutivos y judiciales, las campañas electorales comienzan en Semana Santa, para ser exacto, el viernes. Entre la devoción religiosa y el ánimo de desmadre vacacional, resulta un poco difícil pensar cómo iniciar campañas el 30 de marzo.
Independientemente de las encuestas en particular que otorgan una ventaja considerable a López Obrador y unas más, otras menos, a Meade y a Anaya en su persecución, el tiempo formal de campañas les anuncia a los equipos de trabajo que se terminaron las semanas de prueba, error y ocurrencias.
A tres meses de la elección presidencial, las directrices estratégicas de cada una de las campañas estarán dadas y hay muy poco margen para error o corrección.
El candidato del gobierno ha seguido hasta ahora un camino entre dos aguas que, al día de hoy, no le reditúa en ninguna de las dos. Si se advierte en sus preferencias desde su nominación el segmento muy duro, hasta fecha reciente, su curva de preferencias en la mayoría de las encuestas es horizontal. Ni todo el priismo lo hizo suyo ni la ciudadanía compró el producto como uno de ellos. La defensa de la continuidad se da por sentada, pero en presente y en futuro debería ocupar un lugar secundario. ¿Qué ofrece? ¿Liderazgo? No se ha visto, ni en discurso ni en lenguaje corporal. ¿Un cambio drástico en temas acuciantes como seguridad y corrupción? Tampoco. Dijo desde el primer día que haría de México una potencia. Capacidades hay. ¿Qué significa eso para la gente común? La masa en la campaña no existe. ¿Es por rechazo a prácticas tradicionales eficaces o es por clasismo? Una campaña es para llamarle a las cosas por su nombre, al adversario, a lo que dice, a sus errores. El interlineado de la retórica hacendaria no da para eso. Cuando arranque Meade, ¿será lo mismo que ya hemos visto o se advertirá la voluntad de poder y de parecer diferente? Ser es parecer.
Ricardo Anaya sigue enredado en las peras y manzanas de los negocios de él y su familia política. Cada vez más opacos y enredados. Decir que se trata de una elección de Estado no le alcanza, mucho menos su renta universal básica. Y eso sin considerar el creciente deterioro de sus aliados perredistas en Ciudad de México y en el Estado de México, más la presencia de Margarita Zavala en la boleta y el correspondiente ajuste de cuentas.
López Obrador sigue en su luna de miel. Ya decidió su gabinete. Anunció qué hará a partir del 2 de julio. Dijo con todas sus letras que se van a revertir las reformas estructurales, confirmado por su jilguerito, Zoé Robledo, y el silencio ridículo de Alfonso Romo. Ya se reparten puestos y cargos y el ánimo de intriga palaciega dentro del equipo de campaña, como en los buenos tiempos del priismo, se percibe en el ambiente, condimentado adicionalmente, con los hijos que tiran la piedra y esconden la mano.
Arranque de campaña bajo el signo ominoso de un crimen. Pueden pasar muchas cosas. Hasta milagros. M
Entre la devoción religiosa y el ánimo de desmadre vacacional, resulta un poco difícil pensar cómo iniciar campañas el 30 de marzo