Milenio

Los Miserables

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¿Ya entendió de qué se trata esto? Ver Los Miserables no es ir al teatro, es un acto de amor, es tocar la eternidad.

En el remoto caso de que usted no sepa de qué trata esto o de que tenga miedo por las etiquetas culturales que algunas personas le están colgando, déjeme le doy mi versión de los hechos:

¿A usted le gustan las sagas cinematogr­áficas como las de Star Wars, DC Comics o Marvel? ¿Le gustan las series o las sagas literarias?

¿Sabe de dónde vienen? Del talento de las plumas francesas del siglo XIX como la de Víctor Hugo, el autor de Los Miserables.

Ver esta obra es volver al origen, entenderlo todo, incluso el por qué de muchos espectácul­os que duran más de dos horas y media tipo Star Wars: los últimos jedi, El señor de los anillos y Titanic.

A mí lo que más me llena de orgullo es que volver a Los Miserables, a esta edición especial que se diseñó para celebrar los primeros 25 años de este show y que es diferente a la que tuvimos en México la década pasada, es volver a lo social.

En estos tiempos de tanto egoísmo, de tanta vanidad, es una bendición que Ocesa, Federico González Compeán, Morris Gilbert y Julieta González nos traigan un espectácul­o de este tipo.

Los Miserables no es la historia de una persona o de una pareja, es la historia de una sociedad, de hombres y mujeres que luchan juntos por cosas buenas, por valores, por ideales.

Y está que ni mandada a hacer para el México de hoy. El programa incluye una carta que Victor Hugo le mandó al pueblo mexicano en 1862.

Cuando usted la lea se va a querer ir de espaldas.

Es como si nos la hubiera escrito hoy.

No sabe usted qué belleza de experienci­a y yo le quiero ofrecer una disculpa al elenco, a la orquesta, al equipo creativo, al equipo creativo mexicano, al equipo creativo local, al equipo internacio­nal, a la gente de Ocesa y a la de Cameron Mackintosh Ltd. por no mencionarl­os nombre por nombre en esta columna.

No hay espacio que abarque cada una de sus inmensas aportacion­es. Todos son maravillos­os. Me hicieron reír, me hicieron temblar, me hicieron llorar, pero lo más bonito de todo, me permitiero­n hacerle un regalo invaluable a mi hijo.

Me permitiero­n entregarle un legado emocional y eso no se paga con nada. Con nada. ¡Gracias! De corazón. ¡Muchas gracias!

Y usted, luche con todas sus fuerzas por ir a ver Los Miserables al Teatro Telcel de la Ciudad de México. Le va a encantar. De veras que sí.

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