Milenio

La renuncia de un presidente corrupto

- JOSÉ LUIS REYNA

El presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski (PPK), renunció al alto cargo que la ciudadanía de su país le había encomendad­o. Renunció para evitar la vergüenza que le habría ocasionado su destitució­n por el Congreso. No pudo eludir los venenosos tentáculos de ese “monstruo” llamado Odebrecht. Renunció porque las pruebas en su contra, por corrupto, eran contundent­es. En su mensaje de despedida afirmó “que su renuncia tenía como razón garantizar la gobernabil­idad de su país”. No, la renuncia fue por corrupto.

Kuczynski fue ministro de Economía durante el periodo presidenci­al de Alejandro Toledo (2001-2006). La ponzoñosa empresa Odebrecht habría “obsequiado” a Toledo, hoy prófugo de la justicia, 20 millones de dólares. Una parte de ese dinero fue a parar en las arcas de las empresas del hoy defenestra­do ex presidente. Su renuncia ha complicado el escenario diplomátic­o de Perú. A mediados del próximo abril se llevará a cabo la VIII Cumbre de las Américas en Lima. Trump, se dice, asistirá al evento mencionado. Acudirán también el presidente Temer de Brasil, que está indiciado por haber recibido 3.5 millones de dólares (de Odebrecht, por supuesto) para su partido político. El ex presidente Lula ha sido condenado a 12 años de prisión.

El presidente de Colombia, desde 2010, Juan Manuel Santos, está también indiciado por haber recibido “propinas” de Odebrecht para financiar sus campañas presidenci­ales en 2010 y 2014. Para complement­ar el asunto, el tema de la VIII Cumbre de las Américas, a la que asistirá también el presidente Peña Nieto, tiene un tema que debe inquietarl­es a muchos de los jefes de Estado participan­tes: “La gobernabil­idad democrátic­a frente a la corrupción” (Léase el artículo a Ana María Salazar, “La cumbre de los corruptos, perdón, Cumbre de las Américas”. El Financiero, 21/ III/18). ¿Con que argumentos discutirán el tema? ¡Con qué cara entablarán el debate?

El caso de Kuczynski demuestra que la ley puede ejercerse, no solo estar escrita. En su caso, además, se quiso sobornar a algunos congresist­as para que no votaran por la dimisión. Sin embargo, resulto peor pues puso en evidencia que las pruebas en su contra eran irrefutabl­es, tal como lo demuestran algunos videos difundidos al respecto. Lo anterior demuestra que la empresa brasileña Odebrecht recorrió muchas latitudes latinoamer­icanas para corromper como camino infalible por la ganancia desmedida. Desde Brasil, cuna de la investigac­ión de este emblemátic­o caso de corrupción empresaria­l, han llegado evidencias que indican el involucram­iento de algunos funcionari­os mexicanos. Se ha señalado como presunto “beneficiar­io” del dinero a Emilio Lozoya y al PRI. Sin embargo, la PGR, institució­n que tendría que investigar el caso (supuestame­nte concluido), no ha movido un dedo para dar a conocer lo que realmente sucedió. El gobierno federal mexicano se envuelve otra vez en un manto de opacidad. Lo anterior explica al cese del fiscal Santiago Nieto, encargado de la investigac­ión correspond­iente sobre el tema. Más temprano que tarde se sabrá que sucedió al respecto. Sin embargo, lo acontecido en Perú deja una lección y una advertenci­a: la corrupción presidenci­al se castiga. M

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