WELCOME TO THE MOZART IN THE JUNGLE
Welcome, motherfuckers!, grita Malcom McDowell ante un público millennial enardecido, hurgando en el viejo espíritu del hijito de la chingada que lo volviera célebre en Naranja mecánica. Welcome, motherfuckers!, grita el legendario director de orquesta que ha hecho de Beethoven terciopelo cuando colabora con un artista realmente emergente que le quiere mentar la madre a los extraterrestres que nos observan comodinamente desde sus atalayas cósmicas.
Welcome, motherfuckers! a la tercera temporada de Mozart In The Jungle, donde finalmente la historia de este enfant terrible de la música sinfónica, encarnado por Gael García Bernal (que irrumpe con sus excentricidades y vertientes de niño de escuela activa en las solemnes salas de la Sinfónica de Nueva York), encuentra profundidad, peso específico y altura de miras. Lo que era la historia de una loca academia de alta cultura, donde la batuta del maestro Rodrigo de Souza (mexicano de orígenes inciertos que todo se lo debe a su chamán musical de Tepoztlán) estaba siempre hambrienta de aventuras eróticas, trasciende hacia la exploración de la creatividad, el amor, el sexo y la vocación artística.
Las aventuras amorosas de Bernal pasan a segundo plano y entra en escena una diosa, Monica Belluci, en el papel de una sirena infeliz, una diva operática italiana que no puede cantar. Y para que su voz regrese al nido de su cuerpo incendiario, Rodrigo está condenado a seducirla a través de las partituras y traicionarla por medio de la mentira nada piadosa ante una livin’ la diva loca que a través de la furia recupera su instrumento: la voz. El Don Juan debe de recurrir a sus gambitos para lograr su cometido, incluso poniéndose en evidencia mientras se monta un gran espectáculo en esa ciudad condenada a morir ahogada, Venecia, ni contigo ni sin ti.
(Welcome to) Mozart In The Jungle, serie televisiva de Amazon Prime producida por Roman Coppola, hijo del gran Francis Ford, inspirado en la historia del director venezolano Gustavo Dudamel.
Una producción que con todo detenimiento recrea el arte de la interpretación musical, comparte los ejercicios de sacrificio y estudio para alcanzar el privilegio de trabajar en una gran sinfónica, te lleva por los entretelones de un montaje, mientras exhibe sin pudor las intrigas palaciegas que conviven con el sublime quehacer artístico.
De lo mundano a lo profano hasta aterrizar en una gran puesta en escena, ya sea en Europa o el Palacio de Bellas Artes, Mozart… te guía por los caminos de los grandes genios que no son lo que uno pensaba.
Y en medio de ese trajín cultural donde el espectador visita una buena cantidad de obras clásicas que con un poco de suerte lo llevarán a escapar del reguetón (o de la decisión ontológica de irse con Wisin o Yandel), los productores conforman todo un viaje alrededor de las luchas sindicales de los músicos de la Sinfónica de Nueva York que deben confrontarse ante una junta directiva a la que le interesa más lo comercial que lo cultural.
Welcome to Mozart In The Jungle, we’ve fun and games. Cuando Kazuo Ishiguro fue galardonado con el Premio Nobel y se reservó el derecho a expresar dudosos ejercicios de inteligencia neoliberal como Vargas Llosa, quise recuperarlo. Sobre todo por la evocación de una vieja película del maestro Ivory, Lo que queda del día por su traducción en México, con Anthony Hopkins en el papel de un sosegado, profesional y reflexivo mayordomo de la Casa Darling en Gran Bretaña y la relación siempre incumplida con el ama de llaves puntal, estricta y un tanto romántica, Emma Thompson.
Mucho se plantea en este libro agridulce desde los rigores que representa el mantenimiento de una gran casa donde lords y ladies escriben desde el privilegio la historia del mundo, hasta muy profundos cuestionamientos sobre la relación entre éstos y la servidumbre. Ya hemos visto series antiguas como Los de arriba y los de abajo o más recientes del tipo Downton Abby, donde se desmenuza la relación entre grandes señores de la casa y sus mayordomos y lacayos como dos universos que se complementan y rozan constantemente.
En cambio, en Los restos del día, mientras Stevens en un viaje al interior de la Inglaterra profunda gracias al ánimo de su nuevo señor, un millonario estadunidense que dista mucho de aferrarse a las viejas tradiciones de la nobleza inglesa, plantea a través de sus recuerdos de su trabajo con Lord Darling, cuya figura está sometida al señalamiento y al debate por su colaboracionismo con los alemanes después de la Primera Guerra Mundial, su menosprecio por las instituciones democráticas, su embelesamiento ante ideologías autoritarias y los camisas negras.
Él mismo reconoce desde su subconsciente la labor poco sensata y patriótica de su señor, pero explica que en su calidad de mayordomo su labor no es discutir con su señor sino servirlo lo mejor posible y en las mejores condiciones, para que desde el ámbito de sus responsabilidades no la chingue, como dicen en Oxford.
Stevens, que también va en pos del ama de llaves que renunciara al oficio para tener una vida propia con la esperanza no explícita de convertirla en su mujer, construye toda una narrativa sobre el ser y deber de la mayordomía. En ese sentido, Ishiguro teje una minuciosa urdimbre que explica el espíritu manso de la clase trabajadora que vive agradecida con el patrón que le designa su destino. En el universo de las antiheroínas no hay antiheroína más antiheroína que Jessica Jones, la antiheroína más brava de Marvel. Alcohólica, malhablada, ruda-rudarudísima, eterna malhumorada y muy dada a la depre en cantidades industriales, el diablo y la señorita Jones viven un amasiato feroz. Anarqueta-darqueta-punketa, esta chica que vive en la sordidez de la investigación detectivesca de casos de celos, depravación y cuernos a la moda, vive su segunda temporada en Netflix.
A partir de un ejercicio de recuento de daños, los productores nos llevan al origen de su extraordinaria fuerza a partir de los ensayos e investigaciones de un científico (al estilo Frankenstein) que, como suele pasar, se cree Dios, y el reencuentro con la madre a la que creía muerta pero que es en realidad una bestia enchida de rencor con una fuerza bruta descomunal y, al mismo tiempo, una aspirante eterna a ejercer de mamá Campanita.
Jessica no tiene duda. Ella sabe que es un monstruo. Un monstruo pequeño, menudo como una Merlina adulta que interpreta Krysten Ritter toda labios carnosos, naricita respingada, cabello negro que parecen como de homenaje a Carolyn Jones en Los locos Addams, y ojos eternamente tristes y desconsolados. No estará muerta por dentro, pero casi. Solo la salva el amor de su hermana postiza, una ex estrella juvenil que ha sobrevivido a los excesos, con una madre terrible que la usa como instrumento para alimentar su ego desmecatado, y con aspiraciones a ser una reportera de guerra. Amor que pasa a odio de manera intermitente según se vayan dando las circunstancias. Cual gemelas diabólicas, Jessica tiene las herramientas para ser heroína, pero dada su voluntad rejega, pendenciera y alienada, se niega; en cambio, Trish arde en deseos de ser como de Los vengadores y busca la manera de encontrar algún superpoder que la conduzca a ese destino.
El diablo y la señorita Jones se intercambian tentaciones, se hablan de tú con la falta de cordura, se cuentan secretos duros y barriobajeros.
Sin duda, el personaje más interesante por la naturaleza descompuesta de su alma. M