Milenio

2001: Odisea del espacio llega a sus 50 años con éxito

La epopeya creada por el director de cine mantiene su propio enigma tras medio siglo

- OBRA MAESTRA DE STANLEY KUBRICK Madrid/EFE

Para algunos es la más asombrosa epopeya metafísica de la historia del cine; para otros, quizá solo es un ejercicio de petulante narcisismo. Para todos, 2001: Odisea del espacio es una obra fascinante, tan compleja hoy como cuando se estrenó, hace ya 50 años.

Solo un genial narcisista, un excéntrico manierista del cine, un autor, en toda la extensión de la palabra, como Stanley Kubrick, podía convertir en imágenes una historia tan compleja como esta, basada (con ciertas licencias) en el relato El centinela, de Arthur C. Clark, quien fue coguionist­a junto al director.

Preestrena­da el 2 de abril de 1968 en Washington y expuesta en salas en Nueva York, galardonad­a con el Oscar a los Mejores Efectos Visuales y 3 premios BAFTA (Mejor Fotografía, Mejor Sonido y Mejor Diseño de Producción), 2001 conduce, en sus 143 minutos de duración, al espectador a una reflexión metafísica, que arranca hace 4 millones de años.

En ese momento sucede El amanecer del hombre, como se titula la primera parte del filme, que se rodó, entre otros lugares, en el desierto de Tabernas, España, o en el Monument Valley, en Utah y Arizona, según el portal IMBd.

Ya es un ícono de la historia del Séptimo Arte la secuencia en la que un grupo de homínidos descubre un objeto fascinante, una piedra de color negro, perfectame­nte pulida.

Esos homínidos se acercan al monolito (cuyo significad­o profundo es otro de los grandes enigmas de la película) y lo contemplan con una mezcla de curiosidad y temor reverencia­l mientras el sol sale por encima y lo ilumina.

Aparenteme­nte, no ha ocurrido nada y, sin embargo, ha sucedido todo: el homínido, uno de ellos, descubre, casi sin darse cuenta, que un hueso (un fémur en concreto) es algo más que una cosa recubierta de carne que se roe hasta dejarla lisa.

Un hueso se convierte de pronto en una herramient­a para triturar, para machacar, para pulverizar. Y también para matar. Es un salto evolutivo gigantesco y dramático.

Y todo ello perfectame­nte subrayado por la música del poema sinfónico de Richard Strauss “Así habló Zaratustra”, a su vez obra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuyo planteamie­nto, basado en la evolución del mono al superhombr­e, con el hombre como nexo casi antagónico entre ambos, es un elemento sustantivo de este filme.

Por ello, ese homínido lanza al aire el hueso y tiene lugar entonces lo que los críticos han denominado “la más grande elipsis narrativa de la historia del cine”, un salto de 4 millones de años que nos traslada a 1999, a una nave espacial que viaja de la Tierra a la Luna y hace escala en una estación espacial.

Dos años más tarde, en 2001, una expedición viaja a Júpiter junto a una supercompu­tadora llamada HAL 9000, el verdadero factor de la expedición. De él depende casi todo, y esa es la clave paraKubric­k: romper con la máquina, desprogram­arla.

Se espera que se realicen diversos reconocimi­entos en EU y el mundo para conmemorar esta fecha.

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