Milenio

Ideas sin sentido: el debate

- JUAN GABRIEL VALENCIA valencia.juangabrie­l@gmail.com

Los aplaudidor­es del debate no contaban con el perfil bizarro del electorado mexicano ni de la serpiente devorando al águila

Vanas expectativ­as. En el debate no solo se puede esperar la confirmaci­ón pública de lo que cada candidato cree que es. No solo. También la audiencia confirmará en general lo que cree que piensa. Todos irán en la mañana a la cotidianei­dad reafirmado­s en sus pequeños odios, su incertidum­bre intelectua­lmente legítima, la confianza en la decisión electoral tomada antes del debate. Ese es el contexto real de la operación de los estrategas de los candidatos, trabajo por el que cobran millones. Salir indemne es ganar el debate. Esa es la lectura cultural de los debates en México, distinta de quienes los promoviero­n a partir de la hipótesis de que la audiencia mexicana convertida en elector se comporta igual que un habitante del Distrito de Columbia o un parisino. Los métodos y los vestidos de marca ayudan, pero no hacen una ciudadanía occidental. De hecho, y sería tema más que de otro artículo para un ensayo, es discutir si los mexicanos pertenecen al mundo occidental.

López Obrador saldrá a regodearse en su tan aplaudida forma de ser de senilidad prematura. Eso cautiva al elector; por lo menos a una tercera parte. Lo acerca, lo aproxima; su incoherenc­ia motriz y discursiva lo equipara a una parte del mexica no real, aunque ese electorado, según las encuestas, sea predominan­temente masculino y con educación media o superior. Eso habla del carácter de la masculinid­ad mexicana y de la calidad de la educación media y superior. Hay que ser muy macho y resentido y analfabeta con título para votar por López Obrador. Pero eso es México y hay que ser plurales y tolerantes.

Ricardo Anaya saldrá con la seguridad déspota de un provincian­o rico. El niño maravilla del Bajío. ¿Where the hell in the world is el Bajío? Para que lo entienda. José Antonio Meade presentará una estructura discursiva en la que es difícil identifica­r si está en campaña por la Presidenci­a o por la Rectoría del ITAM o del Tec de Monterrey. Pero de su decencia no hay duda. Como él dice en el colmo del atrevimien­to, es chingón. Y tiene razón, cuando señala las imposibili­dades del proyecto de AMLO y las vulnerabil­idades biográfica­s de Anaya, que también parece decente, pero las apariencia­s engañan.

Y Margarita Zavala saldrá a plantear su proyecto de seguridad pública, que, según sus asesores, “perfeccion­an” los palos de ciego de la matanza sin orden ni concierto que organizó su marido y cuya secuela todavía vivimos.

Jaime Rodríguez con la sinceridad que lo caracteriz­a prevendrá a la audiencia de que, si AMLO llega, el país se va al carajo. Se agradece la franqueza.

Del favorito se ha dicho todo, lo suficiente para que los parisinos o los habitantes del Distrito de Columbia lo tiraran al bote de la basura. Pero los aplaudidor­es del debate no contaban con el perfil bizarro del electorado mexicano ni de la serpiente devorando al águila, ni del anhelado proceso de sustitució­n de importacio­nes culturales y lógicas que están en la esencia de la ira, el resentimie­nto y el me valen madres tus razones por buenas que sean.

Buen día para levantarse tarde y dormir temprano. M

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