Jefatura de Gobierno se acusaron y defendieron a través de palabras que surgen de la ira, del temor y desprecio; fruncieron ceños y pelaron dientes
Los candidatos a la
Cinco mujeres y dos hombres en competencia por gobernar la capital se reúnen en un estudio de televisión el miércoles por la noche para enfrentar pensamientos. Entonces un hueco triste e insondable absorbe por un momento la vida en Ciudad de México. Un hueco del que se desprende una certeza: otra vez gobernarán personas sin pensamientos.
Por más que se esfuerce en despersonalizar su rostro, un ser humano no puede evitar que, aunque sea durante un segundo, su verdad se le refleje en los ojos. Y los ojos de las cinco mujeres y los dos hombres reflejan odio. ¿En qué piensa una persona cuya cabeza está controlada por el odio? En traiciones y en venganzas. El odio diluye el pensamiento hasta convertirlo en veneno, y quien envenena debe recurrir a la mentira para evadir el encierro. Y cuando todos se odian, todos se temen y todos mienten, la política degenera en corrupción, en brutalidad, en desdén y en miedo.
Claudia Sheinbaum, desde la soberbia, con fría voz enconada, le dice a Mikel Arriola: “¡¿Cómo te atreves?!” Mikel Arriola, desde el oportunismo, con áspera voz engolada, llama “líder de cártel” a Alejandra Barrales. Y Alejandra Barrales, desde la hipocresía, con chillante voz destemplada, acusa a Claudia Sheinbaum de “corrupta e inepta”. Y como no van a ganar, las tres mujeres restantes, Purificación Carpinteyro, Lorena Osornio, Mariana Boy, y Marco Rascón, el otro hombre, fruncen el ceño, aprietan los puños, abren la boca y pelan los dientes.
Y alrededor de ellos, de su vulgaridad desoladora, la ciudad a cada instante se desborda de belleza y de suspiros, de anhelo y de llanto, de música y de erotismo, de inmovilidad y de perros abandonados, de esperanza y de fracaso, de muerte y de frío.
Deberían existir en esta poética, de fascinarse y conmoverse, de dirigir sus direcciones, colores y panoramas con imaginación y grandeza, pero las cinco mujeres y los dos hombres, todos amargos, todos siniestros, lo único que hacen, porque es lo único de lo que son capaces, M