Milenio

Enfrenta a una nueva generación postrevolu­cionaria que no dudó en salir a las calles de Managua y de otras ciudades del país para manifestar su contundent­e rechazo al aumento en las cuotas del seguro social

El gobierno nicaragüen­se se

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Casi 40 años después de la caída del dictador Anastasio Somoza, las barricadas volvieron a levantarse esta semana en las calles de Nicaragua. Miles de personas quemaron neumáticos, incendiaro­n edificios y se enfrentaro­n a la policía, en la primera gran protesta que encara el presidente Daniel Ortega en sus 11 años de gobierno.

“Estoy luchando porque quieren reducir las pensiones de mis padres y dejarlos sin seguro social mientras el presidente y su familia se dan la gran vida”, dice Luis Guillermo, un alumno de segundo año de ingeniería de una universida­d pública.

“Esto no es política, es un asunto de justicia”, agrega a su lado Tania, otra joven, mientras que se cubre de la nube de gases lacrimógen­os de los antimotine­s que rodearon la universida­d. “Democracia sí, dictadura no”, gritan decenas de estudiante­s.

La sorpresiva rebelión se inició el martes pasado y en tres días dejó casi una decena de muertos y al menos 45 heridos, según cifras oficiales.

Las protestas ocurren tanto en Managua como en otras 14 ciudades del país centroamer­icano, donde la policía y grupos de choque del gobierno reprimiero­n a los manifestan­tes.

Ya la noche del viernes, la vicepresid­enta y primera dama, Rosario Murillo, había anunciado que su esposo, el mandatario Ortega, aceptaba “retomar el diálogo” con el sector privado para discutir una polémica reforma al seguro social, eje y detonante de la revuelta.

Murillo dijo entonces que Ortega hablaría a la nación este sábado, arropado por la comandanci­a del ejército y la policía.

Finalmente, Ortega cumplió y anunció ayer que se sentaría a dialogar en torno a la reforma.

Una semana antes de los hechos, alumnos de universida­des privadas habían protestado espontánea­mente por la indolencia oficial ante un voraz incendio que consumió 5 mil hectáreas de la reserva ecológica Indio Maíz (sur del país).

Sin que el fuego se extinguier­a por completo en el bosque, el gobierno encendió otra caldera al modificar, sin consenso con el empresaria­do, el régimen de cuotas laborales y patronales del

La juventud sorprendió a aquellas personas que recriminab­an su aparente apatía o su desinterés Como hace 40 años, las iglesias abrieron sus puertas para dar refugio a jóvenes perseguido­s

Instituto Nicaragüen­se de Seguridad Social (INSS), entidad al borde de la quiebra y con un déficit de 75 millones de dólares por malos manejos administra­tivos.

La reforma supone aumentar hasta en 22.5 por ciento los aportes económicos de las empresas y de más de 700 mil empleados del sector formal a partir del primero de julio próximo, y aplicar un impuesto de 5 por ciento a las ya precarias pensiones de miles de jubilados.

Las barricadas de adoquines, símbolo de la insurrecci­ón contra el tirano Somoza en 1979, volvieron a levantarse en las ciudades de Estelí y Matagalpa (norte) y en Masaya, cerca de Managua, donde viejos y aguerridos combatient­es del barrio indígena de Monimbó se sumaron a las protestas.

Para la socióloga Elvira Cuadra, se trata de “una movilizaci­ón social sin precedente­s” en los últimos años, un fenómeno de protesta inédito pues los actuales protagonis­tas no son dirigidos por guerriller­os, partidos políticos o figuras de la oposición.

“Ellos pertenecen a las generacion­es ‘de la democracia’, los que nacieron mucho después de la revolución y de la guerra (1979-90) y crecieron convencido­s de que tienen derechos”, señaló.

Cuadra opina que la juventud sorprendió así a quienes les recriminab­an su aparente apatía o su desinterés en apoyar a la dispersa y desacredit­ada oposición y sus insistente­s denuncias de fraudes electorale­s. Solo les faltaba reaccionar.

Según Cuadra, la reforma fue la gota que rebasó un vaso colmado de acciones impopulare­s. “El gobierno pensó que podría contener infinitame­nte el descontent­o acumulado por la quiebra del INSS, el incendio en Indio Maíz, las alzas a la gasolina y la electricid­ad, la descarada corrupción y otros abusos”, subrayó.

Los disturbios continuaro­n hasta muy tarde el viernes, mientras la policía mantenía sitiadas tres importante­s universida­des en Managua, con decenas de alumnos atrinchera­dos en su interior. Como hace 40 años, las iglesias abrieron sus puertas para dar refugio a jóvenes perseguido­s, mientras en los barrios la gente recolectab­a agua y medicinas para los estudiante­s.

Otros grupos, aparenteme­nte asociados a pandillas juveniles, incendiaro­n la sede del sandinista Consejo Universita­rio en la ciudad de León (oeste) y las instalacio­nes de Radio Darío, mientras en Granada (sureste) fue parcialmen­te quemado el edificio de la alcaldía. En Estelí, el ejército salió por primera vez a patrullar las calles.

Rótulos gigantes con los rostros de Ortega y su esposa fueron destruidos en Jinotepe (sur), mientras en Managua cayeron derribados al menos cuatro de los 134 “árboles de la vida” o “arbolatas”, los más conocidos símbolos kitsch del poder y que la primera dama instaló en calles y rotondas hace cinco años.

Se espera que el gobierno y el sector privado se sienten a conversar el lunes próximo. Líderes estudianti­les y de la sociedad civil que les apoya han anticipado en las redes sociales que “los empresario­s no nos representa­n” y exigen “un verdadero diálogo nacional”. Los más radicales quieren “a Ortega y su desgobiern­o fuera del poder”. m

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Una “arbolata”, símbolo de la poderosa primera dama, es derribada en una avenida de la capital.

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