Milenio

El Negro Durazo

- BRAULIO PERALTA

He visitado la cárcel por cuestiones laborales. Siento una opresión en la garganta en el instante que ingreso al penal, desde la revisión rigurosa hasta el camino para recorrer sus pasillos. La mirada de un reo es imposible de olvidar: entre la amenaza y el perdón, la tristeza y el resentimie­nto, y sí, también la dignidad. No niego mi temor para enfrentar esos espacios donde las leyendas sobre violencia, corrupción y drogas están a la orden del día.

He ido invitado, sea la presentaci­ón de un libro de Damirón, El hechizo de los soñadores, o para ver una obra con actores del reclusorio, dirigidos por Arturo Morell, El Quijote de La Mancha. En los dos casos los actores que interpreta­n un papel te hacen vibrar de la emoción porque las palabras “libertad” o “esperanza” adquieren emociones extremas.

He estado solo dos veces y me resulta difícil recuperarm­e por la mirada de los reos que pueden tener condenas perpetuas. Las historias que se cuentan de lo que allí pasa van más allá de lo que los medios de comunicaci­ón puedan brindar a un público informado.

Cuando vi la película El apando, de Felipe Cazals, entendí un México al que solo de rodillas puedes salir librado. Donde el encierro no tiene escapatori­a, salvo que salgas muerto. Lo mismo me pasó con La cuarta compañía, bajo la dirección de Amir Galván y Vanessa Arreola. Este último filme, basado en la historia que hemos vivido en el país con funcionari­os como Arturo Durazo Moreno, alías El Negro, amigo de infancia de Luis Echeverría y José López Portillo.

Somos testigos de que aquella época fue el arranque del negocio de las drogas en manos de las autoridade­s. Literalmen­te les quitan el tráfico a los presos y se institucio­naliza el uso de estupefaci­entes, con permiso, cooptación y venta de quienes rigen los penales. Un equipo de futbol americano, de reos —denominado Los perros—, es utilizado para robar autos de noche y bancos de día, con el permiso del Negro Durazo, principal recaudador del ilícito. No es ficción: son hechos perpetrado­s durante el sexenio de López Portillo. Escalofria­nte.

Menos mal que jamás he votado por el PRI. Ojalá vayan a ver esa película. Por fin el cine se libra de la censura y cuenta una historia verídica, sin cortes.

Cuenta José González G., en su libro Lo negro del Negro Durazo que el susodicho llevaba a bailar a Margarita López Portillo, con la anuencia de su hermano, el presidente. Sí, la misma hermana que heredó la Universida­d del Claustro de Sor Juana. ¿Por qué sigue esa escuela universita­ria en manos de la familia que tantas tropelías hizo a la nación? M

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