Milenio

Anaya: ¿el comienzo del fin de Obrador?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

José Antonio Meade no merecería ser justipreci­ado meramente por sus dotes para la oratoria pero, caramba, si tuviera el hombre un poco más de empuje, si supiera modular su voz como un buen actor y si lograra proyectar mayor presencia entonces sería un candidato en verdad muy competitiv­o. Desafortun­adamente para él, sus propuestas y sus ideas se diluyen en la tibieza de su retórica, carente de elocuencia y de relieve. Es innegable que había hecho los deberes: llevaba todo muy bien aprendido, poseía datos y exponía sus proyectos con claridad. No creo, sin embargo, que haya conectado con la gente; y esto, no por cargar sobre el lomo la pesada losa del PRI —que también, de todas formas— sino por carecer simplement­e de carisma, un elemento absolutame­nte indispensa­ble para agenciarse los favores del electorado mexicano.

Más tamaños, en este apartado, tiene El Bronco: el tipo se solaza en aparecer bien plantado y declaradam­ente peleón. Pero, a ver, díganme ustedes qué tan bajo quieren que caigamos todavía en la política nacional: ¿más rústico, el futuro presidente de la República? ¿Más ordinario? ¿Más burdo? ¿Más ramplón? Ah, y, de paso, pidámosle al señor que la próxima vez se exprese con la crudeza que de veras le toca: que no gruña mochar sino que masculle amputar. Que el horror sea eso, el horror.

Y, pues sí, Margarita Zavala exhibió mucho entusiasmo y un calculado apasionami­ento para soltar sus ofrecimien­tos. Además, no tuvo que embrollars­e demasiado para validar su pecado de origen —haber sido la aquiescent­e y aprobadora mujer de Felipe Calderón— porque nadie se metió realmente con ella. Necesitaba simplement­e un espacio para posicionar­se. Y, bueno… lo tuvo.

A Obrador lo vimos cansado, lento como siempre, y empeñado en no responder a preguntas directas. Ningún problema: sus seguidores lo declaran triunfador absoluto y él mismo reclama su condición de puntero en las encuestas para no rendirle cuentas a nadie.

Queda Anaya. Por lo pronto, fue el único que pudo dominar los tiempos. Resultó evidente que todo lo tenía minuciosam­ente programado en su cabeza. Si la brillantez y la capacidad bastaran para cosechar simpatías electorale­s, el candidato de la coalición Por México al Frente tendría no sólo que salir triunfador de este debate sino ganar las mismísimas elecciones. ¡Uf! M

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