Milenio

Una helada caminata al norte de Japón

SIGUIENDO LOS PASOS DEL POETA MATSUO BASHO, ME UNÍ A UNA NUEVO RECORRIDO POR

- Natalie Whittle

Estamos parados al pie de un árbol de arce japonés, esperando para beber. A través de un valle blanco inmaculado y callado, recorrimos el camino con raquetas de nieve para tomar un raro refrigerio: savia de arce japonés.

Shin Konno, nuestro guía que viste con piel de oso, se agacha y comienza a cavar en la nieve desde la base del árbol, y con esto envía un suave polvo sobre sus ramas. Unos días antes hizo un grifo en el tronco y ahora, coloca su pala a un lado, levanta un recipiente lleno de savia. Más temprano ese día, nos colocamos nuestras raquetas de nieve en las callejuela­s del pequeño pueblo de Nakatsugaw­a, donde a los caminos los están bordeados por las altas barreras de nieve arada.

Esta es la zona inexplorad­a de Japón, el salvaje norte que el poeta Matsuo Basho partió para descubrir en el siglo XVII, registrand­o en The Narrow Road to the Deep North (El camino estrecho del norte profundo) el sudor frío que lo acompañó a través de montañas y caminos que la mayoría de los viajeros rechazaron recorrer, temiendo a los bandidos y otros peligros.

Nuestro grupo, una mezcla de intrépidos de Singapur y Australia, es el primero en probar una nuevo viaje con raquetas de nieve a través de la región. Es una aventura de nueve días que combina partes del viaje de Basho con secciones del circuito toji que alguna vez estuvo a la moda, un recorrido por pueblos de onsen (aguas termales), que alguna vez se recetaron como una cura para múltiples padecimien­tos.

En nuestro recorrido, cada día se divide entre caminar con raquetas de nieve y bañarse o explorar, con algo de comida en medio de pequeñas y encantador­as posadas y ryokans. Al final del recorrido, escuché nuevas palabras tanto para la nieve (botan yuki, por ejemplo, la muy específica nieve peonía) como para el agua (unagi yu, la resbaladiz­a y caliente agua de manantial como “anguila” que suaviza la piel) .

Desde el bosque donde probamos la savia de arce, nos dirigimos a almorzar en un minshuku u hostal, que maneja una mujer de ochenta y tantos años. No podrías adivinar su edad por su apariencia ni por el fabuloso almuerzo que sirve, con su antigua amiga de la escuela (también de unos 80 años) que contrató para ser su mesera. Sorbemos imoni, un caldo de verduras, y comemos tempura y trucha miso, mientras que sus historias nos las traduce con gran destreza nuestros excelentes guías Takuya Ugajin y Tetsuo Nakahara.

Con ellos, hicimos nuestro primer paseo corto con raquetas de nieve el día anterior, acostumbrá­ndonos a la sensación de los pies. Con las raquetas de nieve se trabajan las piernas y los pulmones, pero son algo tranquilo en comparació­n con la raqueta de nieve japonesa tradiciona­l, el kanjiki de bambú y cuerda, que usamos para un primer punto culminante en el viaje: el descenso del Monte Zao.

Esta popular estación de esquí es famosa por un fenómeno que pudimos ver primero desde el teleférico: un bosque de abetos congelados, conocidos como “monstruos de nieve”, o juhyo, por sus imponentes y deformes capas blancas.

En el camino a Zao, pasamos por campos de arándanos. Tohoku también cultiva hongos shiitake y tomates. Cuando nos acercamos al viento cortante en la última parada del teleférico, es difícil imaginar que pueda regresar el calor del sol. Con los dedos que se congelan, amarramos las cuerdas del kanjiki alrededor de nuestros tobillos.

Dirigidos por dos locales, tomamos la ruta por Jizo-san, la montaña, haciendo las primeros recorridos entre los abetos. El convoy con raquetas de nieve es lento y cauteloso.

Nuestro siguiente desafío es un ascenso: 1,015 pasos hasta la cima del templo Risshaku-ji. Continuamo­s hacia Ginzan Onsen, una preciada ciudad balnearia y anterior epicentro de la fiebre del plata en el período Edo. Escondido en un estrecho valle fluvial con una cascada, sus pintoresca­s casas de madera se miran entre sí sobre el río Ginzan.

Dos guías locales, ambos mayores de 65 años, nos amarran de nuevo al kanjiki. Es un día más nublado, más frío. La nieve comienza a caer. Comenzamos un camino empinado que sigue el río mientras sale de la ciudad. Meses suavizaron los depósitos de nieve, a veces gruesos como los tejados de carrizo en las casas samurái locales, alguna vez sobresalie­ndo por el borde del agua en abultadas cúpulas blancas.

Naruko Onsen es nuestra escala para las siguientes dos noches. El agua aquí es sublime. Me encanta el baño público al lado de nuestro ryokan, un lugar pequeño, con agua sulfúrica muy caliente en baños de madera de cedro. Arriba de la ladera hay un rotumburo privado que también pertenece a la posada; desde aquí puedes bañarte solo al aire libre.

Nuestra última parada, el maravillos­o Hijiori Onsen, nos lleva a través de un fabricante de muñecas Kokeshi, el tótem tradiciona­l de madera, pensado como un regalo para ofrecer a la vuelta de una estancia toji.

Un último baño en el agua de curación se desarrolla con una profunda sensación de relajación. Al día siguiente, la primera gran tormenta de primavera, el haru ichiban, interrumpe nuestros planes de viaje hasta el lugar donde termina el recorrido, la ciudad de Sakata. Los trenes locales se cancelan, y en vez de eso nos dirigimos a la estación; al esperar que un quitanieve­s despeje un peligroso bloque de nieve que se marcó como un riesgo de avalancha casi perdemos nuestro tren de conexión.

La nieve está a cargo en la prefectura de Yamagata. Pero tiene una magia distinta. Solo debes estar preparado para arreglar los cordones de tus zapatos en una tormenta de nieve.

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