A los canallas hay que nombrarlos
Los mexicanos somos esencialmente buenos, trabajadores, honrados y pacíficos. Pero, miren ustedes, ocurre que estas virtudes no nos resultan tan evidentes en el día a día: vivimos espantados por asesinatos atroces, nos acorralan bandas de rateros, nos amenazan secuestradores crueles e implacables, tememos que en cualquier momento se aparezca alguien para extorsionarnos, somos atracados en las calles, desconfiamos de la mismísima policía al punto de no recurrir a su auxilio luego de sufrir un delito, en fin, el correspondiente porcentaje de compatriotas malos, haraganes, deshonestos y violentos sería tan significativo que, al final, las presuntas bondades primigenias de nuestro pueblo terminan por no pesar ya tanto en la balanza.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hay muchas explicaciones, desde luego, pero las cosas no son nada sencillas: en Honduras y en El Salvador la criminalidad es espeluznante. En otro país centroamericano, Nicaragua, la gente es mucho más tranquila siendo que no se trata de una nación más rica ni mucho menos: la tesis de que la delincuencia se deriva directamente de la pobreza no sería entonces aplicable. Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo a pesar de que Venezuela ha franqueado una “revolución bolivariana” dirigida, presuntamente, a mitigar la precariedad de las clases populares. Y, en todo caso, Latinoamérica tiene la tasa de homicidios más alta del planeta: pero ¿no es África mucho más pobre que nuestro subcontinente?
Obrador, sin embargo, estableció una relación directa entre la miseria y la delincuencia en el pasado debate. Y, no pierde la oportunidad de denostar a nuestras fuerzas armadas porque, dice, se dedican a “reprimir al pueblo”: no reconoce, ni agradece, que estén desempeñando, contra su voluntad, las tareas de combate a la delincuencia y de protección a los ciudadanos que los incompetentes cuerpos policiacos no son capaces de llevar a cabo. Lo más preocupante, con todo, es que, a partir de esa disposición suya a presentar al delincuente como una suerte de damnificado de un sistema social injusto, prefiere no señalar a los verdaderos enemigos de México, a saber, esos canallas, auténticos monstruos, que ni fueron nunca pobres de verdad ni merecen otra cosa que ser combatidos con toda la fuerza del Estado. M