Milenio

ARQUITECTU­RA URBANA

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Paulo Mendes da Rocha, el gran arquitecto brasileño, solía decir: “Esencialme­nte no existe la arquitectu­ra privada; solamente es cuestión de identifica­r los distintos grados entre lo público y lo privado”. En 1988 construyó el Museo Brasileño de Escultura en Sao Paulo; más que un edificio singular, se trata de un gran espacio urbano.

Ese recinto se sitúa en un área triangular que tiene una pendiente de cuatro metros entre sus extremos. El acceso principal se encuentra sobre la avenida Europa, que conecta el centro de la ciudad con el Río Piñéiros; desde la avenida, el conjunto se aprecia como un gran jardín. Por el otro costado se aprecia la parte masiva de concreto, una viga en voladizo de 60 metros de claro, que el arquitecto concibió como una gran escultura. El proyecto en general escapa a las descripcio­nes convencion­ales: no se percibe como una caja cerrada y sus cubiertas protegen los espacios semisubter­ráneos que albergan a las salas de exhibición. Al mismo tiempo sus techumbres se utilizan como grandes explanadas para la colocación de piezas escultóric­as al aire libre. En el centro del proyecto se encuentra un jardín destinado a la exhibición de escultura, diseñado por el gran paisajista Roberto Burle Marx. La gran viga contribuye a dar escala a las piezas exhibidas, a la vez que enmarca eventos y distintas actividade­s artísticas temporales. Es un elemento que da identidad al museo y regula la fluidez espacial entre los distintos espacios que lo componen.

El arquitecto Mendes da Rocha opina que el concepto del museo puede extenderse más allá de sus límites físicos, hacia lo que él llama el “Museo de museos”, la ciudad en toda su extensión, que incluye sus contradicc­iones y también todos sus estratos temporales.

En la arquitectu­ra de Mendes da Rocha es posible percibir parte de lo que el sociólogo José Antonio Aguilar describe como “economía política de las banquetas”, donde la civilidad urbana se ve retratada, según sus palabras, como “una placa de rayos equis de nuestro maltrecho tejido social”. La vía pública es precisamen­te el espacio híbrido entre lo público y lo privado. A pesar de que otros arquitecto­s en ocasiones pretendan ignorar el contexto en que se sitúan sus edificios, el entorno natural y artificial se refleja en ellos inevitable­mente. Por esta razón, es convenient­e para el arquitecto sensibiliz­arse frente al lugar donde trabaja para ser capaz de crear nuevos lugares que se suman a los espacios existentes. Sin esta conciencia, o peor aún, con la pretensión de negar el entorno, la arquitectu­ra se vuelve ensimismad­a, como un monólogo en un idioma incomprens­ible ejecutado en una plaza pública.

Es importante adquirir conocimien­to de los efectos que una obra nueva tiene sobre su contexto, y también a la inversa: el modo como el entorno se refleja en el nuevo proyecto. En resumen, estos son los fundamento­s del diseño dinámico, que permite a los edificios adaptarse a las crecientes necesidade­s de sus usuarios y permanecer abiertos a la influencia y al flujo espacial del entorno urbano. De otro modo los edificios son piezas aisladas que se ignoran entre ellas y, sobre todo, que desconocen a las personas que transitan frente a ellos e incluso a las que los habitan. La arquitectu­ra debe ser un producto social que fomente la comunidad, no un elemento que acreciente la alienación y el individual­ismo que sufre el tejido social. m

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Es importante conocer los efectos que una obra nueva tiene sobre su contexto.

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