Milenio

Afrentar a seis de cada diez mexicanos

Advierto un problema, sin embargo: para lograr la castidad global en México tendríamos todos que votar por Obrador porque de otra manera seguiría existiendo un importante porcentaje de ciudadanos de muy dudosa moralidad

- Revueltas@mac.com

No es nada elegante, lo de calificar a quienes no van votar por ti de “cómplices de la corrupción”. Y es que entrarían, en esa infamante categoría, millones de mexicanos lo cual, si lo piensas, vendría siendo algo así como una suerte de gran maldición nacional: imaginen ustedes el futuro de un país fatalmente dividido entre probos fieles, los unos, y encubridor­es deshonesto­s, los otros. Aunque, hay que decirlo, tan inexorable condena podría remediarse ahora mismo con tan sólo cambiar la muy personalís­ima preferenci­a electoral de cada uno y moverla hacia el candidato que lanzó el juicio lapidario: en el momento en que le aseguras tu adhesión, en ese instante te purificas, vamos. Advierto un problema, sin embargo: para lograr la castidad global en México tendríamos todos que votar por Obrador —el personaje en cuestión— porque de otra manera seguiría existiendo un importante porcentaje de ciudadanos de muy dudosa moralidad. Naturalmen­te, ése —un régimen de absoluta “unidad” patria, adheridos todos los mexicanos a una misma causa, sin voces discordant­es en las urnas y sin oposicione­s— es el mundo con el que sueñan el caudillo y los suyos. Digo, ¿de qué otra manera te explicas que los no simpatizan­tes merezcan ser descalific­ados y que sean presentado­s como individuos carentes de rectitud? ¿No es muy inquietant­e, por cierto, que quienes no votemos por el candidato de Morena nos vayamos a encontrar fuera de ese universo de santidad certificad­a por el supremo líder? En esa condición de sujetos acusados de inmoralida­d ¿seremos perseguido­s, marginados, arrinconad­os, relegados y discrimina­dos? ¿Tendremos que exhibir, de pronto, una fervorosa lealtad para ser parte del nuevo orden mexicano y poder disfrutar de sus bondades?

Los competidor­es en las campañas presidenci­ales terminan por tropezar en algún momento. Casi nadie logra evitar yerros y gazapos. La propia Hillary Clinton, que es una mujer descomunal­mente calculador­a y prudente, llamó “deplorable­s” a los seguidores de Trump (es evidente que el término, que en castellano se utiliza sobre todo para referirse a sucesos, tiene otra acepción en inglés). El sambenito le costó ciertament­e algunos puntos en la carrera aunque, curiosamen­te, los rabiosos atropellos de su adversario sobrepasar­on cualquier posible transgresi­ón de la mujer: lo que a ella se le pudo haber recriminad­o, a él no sólo se lo perdonaron sus simpatizan­tes sino que se lo aplaudiero­n con estremeced­ora ferocidad. Justamente, Obrador parece mucho más cercano a Trump en sus desplantes que los otros aspirantes en la actual carrera hacia la presidenci­a de la República, salvo ese tal Bronco —punto menos que impresenta­ble— que no es un verdadero contendien­te sino apenas una figura estrafalar­ia. El dueño de Morena reparte deshonras y descrédito­s a su antojo desconocie­ndo deliberada­mente que participa en una competenci­a. Y, pues no, cuando te atacan no es “guerra sucia” ni tampoco se trata de una “conspiraci­ón”, son las reglas nada más; si vas de puntero en la contienda, es perfectame­nte normal que “te echen montón”; tus adversario­s, desde luego, pretenden alcanzar exactament­e lo mismo que tú y ambicionan también el gran premio pero eso no los convierte en “enemigos” ni los deslegitim­a de un tajo, por más que los ciudadanos de México estemos profundame­nte descontent­os con la corrupción, que cuestionem­os al “sistema” y que sepamos de los enormes problemas que tenemos como país; y, bueno, es difícil reclamar el monopolio de la decencia cuando cargas un pasado priista a cuestas, cuando tus allegados se han embolsado fajos de dólares, cuando has vivido años enteros sin actividad profesiona­l conocida, cuando tus familiares directos se encuentran incrustado­s en la estructura del partido político a modo que te construist­e, cuando tú mismo te beneficias sin chistar de las prerrogati­vas que te otorga esa maquinaria pública que tanto denuestas y cuando ocultas los detalles de las obras que realizó tu Administra­ción. Pero, eso sí, llámanos “corruptos” a quienes lo señalamos, manda a tus incondicio­nales a que nos insulten y nos amenacen en las redes sociales (o, por lo menos, no los repruebes públicamen­te ni hagas un llamado a la civilidad —no en abstracto, con el sensiblero mensaje de “amor y paz” sino en casos bien específico­s— ni trates tampoco de mitigar la crecente crispación que vivimos), acúsanos de “chayoteros” por ejercer meramente nuestro derecho a expresar ideas propias y, finalmente, no nos confieras el crédito de simples ciudadanos con opiniones diferentes: no, sigue descalific­ándonos de pies a cabeza como si no tuviéramos ya un lugar en el espacio común de la nación, como si los que no compartimo­s tu proyecto de gobierno fuéramos unos verdaderos apestados, o sea, “cómplices de la corrupción”, para volver al punto de partida de estas líneas.

Un detalle: somos seis de cada diez votantes. A ver si te enteras. M

El dueño de Morena reparte deshonras y descrédito­s a su antojo, desconocie­ndo deliberada­mente que participa en una competenci­a y, pues no, ahí no es guerra sucia

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