JUEGO DE THANOS ES DE VILLANOS
Aunque es muy probable que Infinity War ya haya sido vista hasta por el último de los anacoretas de la patria y a los que aún no la ven seguramente no les importa, vale la pena advertir, antes de comenzar la lectura de este texto, de la presencia de algun
Infinity War es un espectáculo feroz. Lo mismo mantiene al espectador bajo acoso desde el show de emociones que se conjugan hábil y velozmente en la pantalla, hasta la urdimbre sentimental que cruza de un lado a otro de un filme con una avidez superior solo comparable con la de unos piratas tomando por la mala una carabela indefensa.
Gracias a Marvel, pero no solo a ella sino al trabajo de cientos de creadores, compañías y artistas, el género de superhéroes entró en su etapa más madura. Ya nadie cuestionará a un chico por leer historietas ni a un adulto por coleccionarlas. Es un producto genuinamente cultural, económico, social, político, pero sobre todo lúdico, que ya es mucho pedir en un mundo donde eso no es muy valorado.
Pero Infinity War es más que eso. En medio de las grandes batallas en el espacio de Tony Stark y compañía, la pormenorizada incorporación de toda la gama de héroes en un crossover espectacular, todos metidos en una historia que amalgama la solemnidad y el sentido del humor de una manera maestra, hay también una misión muy especial: construir al villano perfecto, Thanos, cuyo plan no está basado ni en la avaricia ni en la canallada hitleriana, sino en el bien común.
Thanos ejerce la crueldad, la devastación, el absolutismo más atroz para que quienes sobrevivan y superen con vigor sus pérdidas, vivan mejor. Es una paradoja que el Doctor Strange comprendió muy bien y por eso hace lo que hace y aplica lo que aplica.
Algo que no podría entender Thor porque es solo fuerza bruta de príncipe sin reino. Ni Hulk, que es incapaz de hacer sinapsis. Ni Pantera Negra, que vive la soberbia de la tribu, ni mucho menos los Guardianes de la Galaxia, que son puro dinamismo.
Hay villanos que solo quieren ver arder el mundo como el Guasón; pero hay supervillanos que solo buscan equilibrar el universo como Thanos, un ser superior que parece un lector estudioso del viejo filósofo inglés Malthus (al que podemos recordar como uno de los grandes entusiastas de la demografía paranoica, que se reduce a una visión extrema de lo que lo que la cultura engloba en una frase muy folclórica: “Entre menos burros más olotes”), después de atestiguar cómo su planeta, Titán, caía derrotado ante el aumento poblacional que lo devoró hasta dejarlo en los huesos como pirañas a una vaca caída accidentalmente en el río.
Eso dejó traumatizado a Thanos (suponemos que para un aspirante a sátrapa era más fuerte la idea del crecimiento exponencial de sus coterráneos que acabaron con los recursos de su hogar, que haber contribuido a la aplicación en su momento políticas racionales para impedir esos procesos autodestructivos; es lo malo de ser un sociópata), y por eso se prometió acabar con esos peligros de una manera radical. Más o menos la clase de pensamiento que dio origen a la revolución cultural china, los gulags bajo el imperio soviético, el macartismo yanqui, la existencia misma de Augusto Pinochet y los admiradores de Díaz Ordaz, que hasta la fecha abundan.
Thanos, El gran solitario de palacio, diría mi viejo amigo René Avilés Fabila en alucinante novela donde hace la radiografía del aspirante a dictador desde el humor más implacable, decidió desaparecer a la mitad de los habitantes del universo para impedir que se repita la historia del sistema interplanetario que se engulle a sí mismo y que pide a gritos que alguien imponga orden y progreso.
Lo interesante es que, a diferencia de muchos de los grandes déspotas de la historia dominados por su ego, Thanos, a pesar de la incidencia molesta de la guerrilla de Los Vengadores y de los sacrificios que tuvo que hacer para alcanzar el poder absoluto del Infinity Gaulet, aboga por la verdadera arma de destrucción megamasiva: la democracia del azar. Aquellos que se desvanecerán para siempre no lo harán ni por su sexo, su riqueza o la falta de ella, sus inclinaciones políticas o gustos personales; lo harán por las vías de la casualidad. Algo que a Stalin o a cualquier villano de James Bond no se le hubiera ocurrido.
Gracias al poder del Infinity Gaunlet que le construyeron unos enanos gigantes (en Infinity War, lo que sobran son las paradojas) encabezados por Eitri, encarnado impecablemente por un especialista en darle dignidad y cero cursilería a la gente pequeña, Peter Dinklage (Tyrion Lannister en Juego de Tronos), el mejor de los cameos posibles, además del clásico del maestro Stan Lee, cuyo debate frente a su amigo y cocreador de todo estos universos, Jack Kirby, quien merecería muchos de los endiosamientos que le han sido negados no solo por su talento innovador y profundo, sino por su confrontación con una industria que en muchos sentidos no se comporta de manera muy distinta de como lo hacen los villanos que tanto combaten los héroes que les dieron patria, libertad, pero sobre todo recursos. Como quiera que sea, Thanos, ese malthusiano de heroicos carmines, una vez calzado el Guante infinito, producto de dolores y tremendos sacrificios (a diferencia de lo que ocurre con el resto de los superhéroes cuyos poderes implican grandes responsabilidades, este artefacto no trae consigo ninguna obligatoriedad ética ni moral; es como ser presidente del PRI), con él deja a la causalidad-causalidad de los algoritmos en sus inicuas simetrías, el destino fatal del universo y sus galaxias. Quizá la gran pregunta, y la hizo mi hija Zoe después de haber llorado amargamente la caída de sus Vengadores favoritos, es ¿por qué, si el ejercicio de Thanos pretende ser tan democrático, él no se incluye? Y no hay poca razón en preguntar tal cosa, si en su ola destructiva hasta incluyó a Ochoa Reza. Bueno, aquí aplica la lógica de Idi Amín Dada, el reconocido carnicero que organizaba verdaderas matazones más o menos plurales, tanto en contra de sus enemigos y adversarios como de sus camaradas, en las que jamás estaba invitado. Un tirano jamás va a darle de patadas al pesebre, sobre todo si es el suyo. Aunque, como suele ocurrir con todo déspota, se queda más solo que el Ciudadano Kane sin su Rosebud. Infinity War es muchas cosas, pero sobre todo es un manual para autócratas remisos. Ya se sabe, juego de Thanos es de villanos. m