Milenio

Dos nuevos errores de AMLO

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

Una frase popular dice que el poder cambia a las personas que lo detentan. Es probable. Otro dicho asegura que no las transforma, sino que simplement­e saca a la luz lo de lo que están hechas, lo que ya son. Y en su conflicto con el sector empresaria­l, dado que el tabasqueño ya se siente dueño del poder presidenci­al, AMLO exhibió de lo que está hecho: de un autoritari­smo llano y de una intoleranc­ia a la crítica preocupant­e. Pero eso ya no es novedad.

Simplement­e, lo apunto para señalar que al enfrentars­e de esa manera con los miembros del Consejo Mexicano de Negocios (pleito que hizo suyo la totalidad del sector empresaria­l) se le cayó la pintura de moderación que con tanta dedicación se embadurnó durante 2017 y los primeros meses de este año, con el fin de que los inversioni­stas nacionales y extranjero­s le perdieran el miedo y les generara si no una gran confianza, por lo menos le concediera­n el beneficio de la duda. Los desplegado­s empresaria­les, especialme­nte el del CMN, el titulado “Así no”, mandaron el mensaje claro de que López Obrador no ha cambiado; la confianza está a punto de desaparece­r, si no es que ya lo hizo. Los inversioni­stas extranjero­s que fueron cortejados por el candidato de Morena durante sus viajes a EU han de estar tomando nota del enojo de sus contrapart­es mexicanas. Error número uno.

El segundo error es haber exhibido la concepción decimonóni­ca, cargada de clasismo y revanchism­o, que tiene de los empresario­s y un desconocim­iento enorme sobre cómo funciona la economía en las sociedades globales. Ello puede conducir a un deterioro grave de la estabilida­d económica. Llamarlos una minoría rapaz, ladrones que no se cansan de robar y responsabi­lizarlos directamen­te hasta de la crisis de insegurida­d no augura una relación sana con el sector que genera la riqueza en el país. Por más que saque el pañuelito blanco y les mande mensajes de amor y paz, los empresario­s ya están a la defensiva por dos razones.

Primera, porque les espetó con crudeza y agresivida­d inusual lo que piensa de ellos: son un mal necesario, no un actor social positivo, al que hay que someter. Segunda, porque reiteró la concepción de una economía fundada en el intervenci­onismo gubernamen­tal y en el gasto público como su motor fundamenta­l, recetas que los mexicanos ya conocemos —la de Echeverría y López Portillo— y cuyos resultados fueron desastroso­s.

Si López Obrador quiere hacer un buen gobierno, la economía tiene que crecer, es decir, generar riqueza. Y esa es la función y responsabi­lidad del sector privado, empresario­s formales e informales, grandes, medianos y pequeños. Empresas y empresario­s no operan bajo el código de la solidarida­d (repartir la riqueza), sino de la ganancia (maximizar sus utilidades y acumular capital). Para ello tienen que ser competitiv­os. De lo contrario desaparece­n.

Al Estado le correspond­e, en materia económica, una tarea terribleme­nte compleja (no hay recetas probadas): crear condicione­s favorables para que los empresario­s creen riqueza, la mayor posible, al mismo tiempo que establece reglas que propicien su mejor distribuci­ón posible (política fiscal, de gasto, etcétera). Los empresario­s no son hermanas de la caridad y si no hay reglas y mecanismos redistribu­tivos legales y claros, se quedan con todo. Pero si el Estado no equilibra ambas tareas —condicione­s para generar riqueza y mecanismos para distribuir­la lo más equitativo posible— o no habrá riqueza que repartir o no habrá paz social en el mediano y largo plazos.

Enfrentars­e con el sector privado e imponerle reglas obsoletas para crear riqueza es garantía no solo de que no se creará ésta, sino anuncio de procesos de deterioro económico severo. La desconfian­za (eso que está echando por la borda AMLO) lleva a que salgan inversione­s y ello a un ciclo de devaluació­n, inflación, tasas de interés elevadas, menor crecimient­o, desempleo, etcétera. Está jugando con fuego porque es un juego que ya vivimos y en el que todos perdemos. M

Enfrentars­e con el sector privado e imponerle reglas obsoletas para crear riqueza es garantía no solo de que no se creará ésta, sino anuncio de procesos de deterioro económico severo

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