Milenio

Adanismo

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

No es fácil estimar el impacto que va a tener la disolución de los partidos políticos, pero no será menor. Entre muchos otros, está la incertidum­bre que resulta de la ruptura con el pasado. En un sistema de partidos más o menos estable, la identidad partidista es un factor de continuida­d de la experienci­a política.

Los partidos normalment­e responden a un programa con unas cuantas ideas básicas, un repertorio de iniciativa­s, propuestas concretas, y producen con eso un sistema de referencia­s, porque tienen historia. En el proceso de ganar adeptos y acumular fuerzas, articular intereses, han tenido siempre pequeñas victorias, propuestas exitosas, leyes, reformas institucio­nales que definen su identidad, de modo que en cualquier elección los candidatos pueden hacer referencia a lo que el partido ha hecho, que sirve como garantía de lo que se promete para el futuro. Y ese sentimient­o de continuida­d es parte fundamenta­l de la conciencia política de todos.

Eso ha desapareci­do ya en esta elección. Según lo que nos dicen todos, la historia va a comenzar de cero en diciembre de este año, sin precedente­s. Nadie quiere que se le confronte con su pasado. El predicamen­to del PRI es notable, porque pretende que su candidato no cargue con el estigma del partido, y tiene que borrar urgentemen­te cualquier indicio de continuida­d —sin dejar de ser el PRI. Pero es más dramática la situación del PAN. Era acaso el partido que mejor podía haber reivindica­do una historia, una trayectori­a legislativ­a, de oposición y de gobierno. Pero sus cuadros están dispersos en cuatro candidatur­as diferentes, todas parejament­e borrosas. El PRD no es nada, ha optado por disolverse suavemente en el pragmatism­o más desacomple­jado. Y Morena se presenta para hacer historia pero sólo a partir del primero de diciembre: tiene en sus listas nombres de trayectori­a muy larga, pero no la reivindica de ninguna manera, ni el historial de sus legislador­es. No acepta responsabi­lidad por nada de lo que ha sido, no reclama como propio nada de lo que existe. No tiene más realidad que la del futuro.

Ese adanismo de todos abre un compás de incertidum­bre en que, a falta de otro término de referencia, dominarán emociones muy primarias. No es buena noticia. M

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