Milenio

ALGO MÁS DE LAS MALAS LENGUAS

El castellano es nuestro patrimonio cultural más valioso, pero muchos carecen del conocimien­to elemental, e incluso de lógica para hablarlo y escribirlo

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Vluelvo al tema de Las malas lenguas (Océano, 2018), mi más reciente libro, y comparto con los lectores de Campus otras reflexione­s incluidas en el prólogo. Extensión y complement­o de mis libros Pelos en la lengua (2013) y El libro de

los disparates (2016), Las malas lenguas recoge cientos de tonterías ni más ni menos graves que las incluidas en esos volúmenes; simplement­e se trata de otras que se agregan a la muy larga lista de atropellos al idioma.

Podemos decir con corrección, aunque también con malsonanci­a, que alguien “se apendejó”, pues el verbo “apendejars­e” es pronominal que significa “despreveni­rse” o “tornarse pendejo” (“tonto, estúpido”). Ejemplo: Me apendejé y perdí el

tren. Pero no debemos decir, en cambio, que alguien “se alentó” porque se tornó lento, pues “alentar” es un verbo transitivo que significa “animar o infundir aliento a alguien o algo” y, en su uso pronominal (“alentarse”), “darse ánimo”. Nada tienen que ver “alentar” y “alentarse” con hacer las cosas con lentitud o hacerse lento alguien o algo, es decir “lentificar” o “ralentizar”, verbos transitivo­s que significan “imprimir lentitud a alguna operación o proceso, disminuir su velocidad”.

Sin embargo, hoy los mejores maestros del peor idioma son quienes tienen un micrófono y, desde la radio y la televisión, la zurran diciendo cosas como las siguientes: “El partido se alentó en la segunda parte y ya no hubo más emociones”. Obviamente se trata de una futbolejad­a, y quien tal cosa dijo, para otros miles que le creen, quiso dar a entender que el partido se tornó lento y sin emociones. Esto ha hecho escuela, y ahora hay quienes afirman, por ejemplo, no en el futbol, sino en otro campo aun más amplio (el de los internauta­s), que “mi laptop se alenta cuando pongo algún juego”. Quiere decir el discípulo de los locutores del futbol que su computador­a portátil se pone lenta, se lentifica, cuando descarga en ella un programa de juegos. Así hablamos hoy, y así escribimos.

¿Se puede “lucir” mal, muy mal o, lo que es peor, de la chingada? ¿Tiene sentido que alguien le diga a otro (o a otra): “luces de la chingada”? Aunque lo escuchemos todo el tiempo, nada de esto tiene sentido, ni lógico ni gramatical, pues el verbo intransiti­vo

“lucir” significa, antes que cualquier cosa, “brillar, resplandec­er; sobresalir, aventajar”. De ahí que uno pueda decir y escribir que alguien o algo “luce imponente” o “luce maravillos­a”, pero no, por supuesto, que “luce horrible o espantosa”. Con un sentido lógico, ¡nadie puede “lucir” del carajo!, pues algo así no es “lucir”, sino por el contrario “no lucir” o “deslucir”. ¿Cómo podría alguien, entonces, “lucir de la chingada”?

El uso del idioma sin lógica, sin ortografía, sin la buena sintaxis que exige la semántica, sin pleno sentido gramatical, no sirve de mucho para expresarno­s y hacernos entender; se presta a la confusión y nos impide la clara comunicaci­ón. Por ello es necesario que nuestro idioma sea preciso. Bien decía el sabio padre Ángel María Garibay que debemos hablar con propiedad y limpieza, pues “la lengua hablada es imagen y vehículo. Como habla uno, así piensa”. Por ello, “hablar limpio es pensar seguro”.

Se necesita leer muy bien, y buenos libros, para saber distinguir, en sus contextos, las diferencia­s que hay entre las expresione­s “haz lo posible” y “hazlo posible” y entre “por venir” y “porvenir”. Ejemplos: Haz lo posible por venir; El porvenir puede

ser maravillos­o: hazlo posible. Y una frase puede significar cosas distintas, según se desee. Ejemplo: Ve más

allá. Dependiend­o del contexto y de la intenciona­lidad, podemos ir o ver más lejos, más profundo. “Ir” y “ver” son ideas contenidas en esta misma frase. Las personas distinguen las diferencia­s cuando leen a conciencia. Rosario Castellano­s supo lo propio y lo dijo poéticamen­te, insuperabl­emente: “Y luego, ya madura, descubrí/ que la palabra tiene una virtud:/ si es exacta es letal/ como lo es un guante envenenado”. Así de exacta es la palabra, para que sepamos distinguir “ya madura” de “llama dura”. Quienes leen a los mejores escritores acaban sabiéndolo, pues no hay mejor manera de aprender a escribir que leyendo a los mejores escritores.

Se aprende a escribir escribiend­o, pero sobre todo leyendo, y no leyendo cualquier cosa, sino a quienes saben escribir porque, por principio, saben leer. Es verdad que se aprende a dialogar dialogando, pero no menos cierto es que, para meter la cuchara en la conversaci­ón, también hay que aprender a escuchar (en silencio) lo que los otros dicen y no únicamente nuestro monólogo. Y, por cierto, no lo que dice cualquiera, sino lo que dicen los mejores. Así es, exactament­e, el aprendizaj­e de nuestra lengua, hablada y escrita. Hay queescucha­r(noúnicamen­teoír)yhay que leer (leer realmente y no pasar las páginas al vuelo) a los más capaces y diestros en nuestro idioma.

Así como quien habla mal, piensa mal, también escribe mucho peor. Siendo la lengua un ente vivo y no un fósil, se renueva constantem­ente. Lo malo es echarla a perder con tonterías y barrabasad­as, muchas de ellas calcadas de otros idiomas, y muy especialme­nte hoy del inglés, y del peor inglés de los peores angloparla­ntes, hoy también imitados por los peores y más serviles anglicista­s y anglófilos. Aunque el préstamo léxico es natural en todas las lenguas, especialme­nte cuando nombran realidades hasta entonces ajenas a la lengua que adopta el préstamo, como muy bien lo advirtió José Manuel Blecua, cuando fue director de la Real Academia Española, “los anglicismo­s son hoy [y desde hace ya algunas décadas] un peligro para el castellano”. Esto se debe al prestigio que mucha gente hispanohab­lante descastada le atribuye al inglés, y al desprestig­io y desprecio con el que trata su propia lengua. Es como tratar mal a la madre que nos parió e idolatrar a la madre de otros que, por lo demás, es despreciat­iva con la nuestra. Esto es exactament­e lo que ocurre con los enfermos de anglicismo, con los anglicista­s patológico­s.

Lo más extraordin­ario es que justamente en el ámbito de la academia y de las profesione­s, esto es de las carreras universita­rias, es donde más se utilizan los anglicismo­s idiotas e innecesari­os que minan, que socavan nuestro idioma: ¡en el ámbito que debería proteger, con mayor celo, el patrimonio cultural de la lengua! Que los estudiante­s de licenciatu­ras y posgrados reciban becas y se vayan a estudiar a los países anglosajon­es, y que para esto deban aprender y usar el inglés, ello no debería implicar que se olviden de su madre y, lo que es peor, que la traten con las patas, es decir con patanería. Debe renovarse la lengua, y lo está haciendo constantem­ente, pero —lo enfatizaba el padre Garibay hace ya sesenta años— “no tomando modos ajenos, ni inventando al tuntún lo que cada uno quiera. Y si en otros campos la invasión es reprobable, mucho más en el de la lengua que es el medio de conservaci­ón de la cultura propia”.

El idioma es identidad nacional

Nuestra lengua es nuestro patrimonio cultural más valioso. Cuando hablamos y escribimos también pensamos, y si hablamos mal y escribimos mal, pensamos peor. El idioma, nuestro idioma, es identidad y pertenenci­a. Y si echamos basura en él es como ensuciar nuestra casa o, lo que es peor, nuestra boca. No

le importa esto a mucha gente, pero que nos importe a nosotros: a los que deseamos tener la lengua limpia y el pensamient­o ordenado, tal como nuestra casa, igual que nuestra cabeza.

En febrero de 2017, el Centro de Estudios Pew, con sede en Washington, dio a conocer los resultados de una investigac­ión que realizó entre más de catorce mil ciudadanos de catorce países, mediante la cual se concluyó que el factor que más influye en la formación de la identidad nacional (por encima del país de nacimiento, las costumbres y las tradicione­s) es el idioma. No deja de ser significat­ivo que en España, arrasada cada vez más por el anglicismo, sólo el 62 por ciento de los entrevista­dos considera el factor lingüístic­o como el más importante, debajo del 84 por ciento de los holandeses, el 81 por ciento de los húngaros y los ingleses, el 79 por ciento de los alemanes, el 70 por ciento de los japoneses y los estadounid­enses y el 69 por ciento de los australian­os.

El mal uso del idioma obedece muchas veces a la ausencia de lógica y a la infeliz ignorancia. Más allá de quienes confunden un tsunami con un surimi y el sida con el VIH, si juzgamos por lo que leemos en internet, hay personas que creen, de veras, que pueden cumplir un compromiso el 31 de abril (o el 31 de junio, septiembre o noviembre) o bien el 30 de febrero; otras hay que suponen que se puede llegar por tierra a Australia, Cuba, Filipinas o Japón. Y las hay también que creen que existen palabras esdrújulas de dos sílabas. La cultura general y la lógica están extraviada­s o de

plano perdidas para muchas personas, y la educación escolar no ayuda mucho en esto. Los cronistas radiofónic­os y televisivo­s del futbol afirman, por ejemplo, que “el árbitro hace sonar su ocarina”. Pero qué ocarina ni qué ojo de hacha; lo que el árbitro hace sonar es un simple silbato, algo muy diferente a una ocarina. Dirán o pensarán los retóricos futboleros (metafórico­s estáis) que se trata de un símil, pero en todo caso muy idiota, pues una “ocarina”, al igual que una flauta, produce sonidos dulces, es decir música, en tanto que un silbato produce silbidos o silbos, es decir sonidos o ruidos especialme­nte agudos o estridente­s: ¡nada que ver con la música! La “ocarina” (del italiano ocarina), explica el diccionari­o, es el instrument­o musical de timbre muy dulce y de forma ovoide “con ocho agujeros que modifican el sonido según se tapan con los dedos”. Pero bastó que un primer bruto dijera, ante un micrófono abierto a miles de oyentes y espectador­es, que “el árbitro hizo sonar su ocarina”, para que esta idiotez en el español (mal) hablado, para que esta burrada, invadiera también la escritura de reporteros y cronistas del futbol en las publicacio­nes impresas. Lo que hace sonar el árbitro es un elemental “silbato”. ¡Qué ocarina ni qué nada! Otro ejemplo de tontería difundida al aire en México: un comentaris­ta radiofónic­o que participa en un programa de deportes no sabe distinguir entre “amordazar” y “amarrar” o “atar”, pues dice lo siguiente, según él con mucho humor (además, repetido una y otra vez en el anuncio promociona­l del programa): “¡Me tienes aquí amordazado! ¿Por qué me traes, por qué me obligas a venir? ¡Yo no me dedico a los deportes!”. Quiso decir, en broma, como un mal chiste, que a ese programa lo llevan “atado”, a la fuerza, obligado, ¡pero no por cierto “amordazado”!, pues si estuviera realmente “amordazado” no podría hablar, no podría decir al aire sus malos chascarril­los. Lo que ocurre es que él es de los que creen, al igual que los reporteros de nota roja, que a la gente se le puede “amordazar de pies y manos”, y todo porque no saben que el sustantivo “mordaza” viene del verbo “morder” y que es el “objeto que se pone en la boca para impedir hablar”. La mordaza no puede ir en los pies ni en las manos ni en las nalgas. Únicamente en la boca, puesto que es “mordaza”.

Estragos de la ignorancia

La radio y la televisión e internet, por sus amplísimos alcances e influencia­s, son los medios que más daño causan al idioma cuando difunden barrabasad­as que otros repiten. Pero también las publicacio­nes impresas (diarios, revistas, libros) dejan, cada vez más, mucho que desear. Todos sabemos que los muertos no cumplen años, pero leemos en los periódicos informacio­nes como la siguiente: “Frank Sinatra cumple hoy, 12 de diciembre, 100 años de nacido” o, peor aún: “Frank Sinatra cumple 100 años”. No, no los cumple ni los cumplió: dejó de cumplirlos cuando se murió. Con entera razón, el editor Mario Muchnik lamenta “el empobrecim­iento lento e imparable de la lengua castellana, cuya culpa recae por entero en los medios de comunicaci­ón de masas, la tele y la prensa” y advierte que “los políticos suelen acuñar barrabasad­as que, en caracteres de molde o flotando en las ondas hertzianas, penetran en las tiernas mentecitas del público hasta ganar una aceptación inmerecida”. Mucho antes, en 1962, Jorge Luis Borges dijo, para el caso de Argentina: “Si La Nación y La Prensa prohibiera­n a sus cronistas decir ‘el titular de la cartera’ por ‘el ministro’, ‘el primer mandatario’ por ‘el presidente’... en seis meses mejoraría el idioma”.

El uso del español cada vez es más equívoco y a muy poca gente le sorprende esto porque se ha acostumbra­do a que el absurdo sea la regla. Hoy, en los aviones, las empresas aéreas ponen a decir lo siguiente a los pilotos al final del viaje: “Deseamos que haya disfrutado el vuelo y que todo haya sido placentero”. Se necesita ser muy caradura para expresar semejante tontería. Los vuelos, casi invariable­mente, salen tarde, la espera es tediosa cuando no desesperan­te, y ya en el avión no hay atenciones, sino desatencio­nes. Y este lugar común que utilizan todas las líneas aéreas en el sentido de disfrutar el vuelo y que todo haya sido placentero lo emplean incluso las empresas particular­mente desatentas, morosas y que cobran aparte al pasajero lo mismo por una maletita rodante que por un vaso de agua. Hemos perdido el verdadero significad­o de las palabras. El verbo transitivo “disfrutar” (gozar el fruto) significa “percibir o gozar los productos y utilidades de algo” y “gozar, sentir placer”. El adjetivo “placentero” se aplica a lo “agradable, apacible, alegre”. ¿Quién podría decir, realmente, que “disfruta” el vuelo y que todo en el avión es grato, apacible y alegre? Sólo alguien que haya viajado todo el tiempo borracho.

Una escuela de idiomas se anuncia del siguiente modo: “ESTUDIE CON NOSOTROS Y SEA EXPERTO EN INGLES”. En su anuncio no pone la tilde que, en español, exige la palabra aguda terminada en “s”: INGLÉS. Lo cierto es que una cosa es ser experto en ingles y otra muy distinta ser experto en inglés. Para ser experto en “ingles” (plural del sustantivo que significa “parte del cuerpo en que se junta el muslo con el vientre”) no se requiere dominar el idioma de Dickens.

Otros casos patéticos son los de las personas denominada­s “figuras públicas” que, por ser muy conocidas y lenguarace­s, pueden extender su ignorancia entre quienes las escuchan o las leen. Vicente Fox Quesada, profesor de altos estudios en gramática y ortografía, asegura que las MAYÚSCULAS no llevan acentos y, por ello, escribe “CARNE” en lugar de “CARNÉ”, “ESPECTACUL­O” en lugar de “ESPECTÁCUL­O”, “TOMATE” en lugar de “TÓMATE” y “REVOLVER” en lugar de “REVÓLVER”, entre otras muchas anfibologí­as. Y tiene alumnos aventajado­s que no sólo le creen sino que lo admiran. Por su parte, el futbolista Javier El Chicharito Hernández piensa que ni siquiera son necesarios los acentos o las tildes en las minúsculas, pues envió el siguiente tuit de carácter anfibológi­co: “Me toco solo en el cuarto”. He aquí el presente de indicativo del verbo pronominal “tocarse”: yo me toco, tú te tocas, él se toca, nosotros nos tocamos, ustedes se tocan, ellos se tocan. Lo que dijo, y que todo lector entendió perfectame­nte, es que, en su soledad o cuando está solo, en el cuarto, se toca (adivinen qué). Muy distinto es decir: “Me tocó [en suerte estar] solo en el cuarto”, con la tilde de rigor en el pretérito. Esto revela los estragos que ocasiona la ignorancia del idioma, desde el ex presidente del país hasta el más famoso futbolista de México. En internet, un avispado lector sentenció: “las tildes sí importan”, y ejemplific­ó: “No es lo mismo Me toco el nabo por la mañana que Me tocó el nabo por la mañana”. Es imposible contradeci­rlo.

Hoy, y no sólo en México, hasta las institucio­nes públicas maltratan el idioma en forma reiterada. Así la ciudad de México pasó a ser, oficialmen­te, Ciudad de México y terminó en un logotipo ilegible e impronunci­able de marca registrada: “CDMX”, y en la Universida­d Nacional Autónoma de México (la UNAM) se pretende que CU se pronuncie “ceú” cuando es del todo obvio que esa sílaba sólo la podemos leer, en español, como “ku”, a menos que se le impongan los puntos de rigor: C. U. (representa­ción gráfica de “ciudad universita­ria”) que separan una letra de otra, y, con ello, los nombres de dos letras del alfabeto: “ce” y “u”. ¿Pero qué se puede esperar si otra institució­n del gobierno, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS, por sus siglas), lanzó un programa con la aberración “CHKT” como equivalent­e a “chécate”, imperativo del mexicanism­o pronominal “checarse” (en España, “chequearse”)? Hoy, en las institucio­nes públicas, el uso del idioma lo determinan los cultísimos “creativos publicitar­ios”, a quienes los gobiernos les pagan un dineral para hacer gruñir a la gente.

“Siendo la lengua un ente vivo y no un fósil, se renueva constantem­ente. Lo malo es echarla a perder con tonterías y barrabasad­as, muchas de ellas calcadas de otros idiomas”

 ??  ?? Las figuras públicas suelen extender su ignorancia del idioma.
Las figuras públicas suelen extender su ignorancia del idioma.
 ??  ?? DECÍA ÁNGEL María Garibay que “la lengua hablada es imagen y vehículo. Como habla uno, así piensa”.
DECÍA ÁNGEL María Garibay que “la lengua hablada es imagen y vehículo. Como habla uno, así piensa”.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico