Milenio

LO INNOMBRABL­E QUE NOS DEFINE

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En su más reciente libro, L’innominabi­le attuale (Lo innombrabl­e actual), Roberto Calasso afirma que en la presente época vivimos un proceso de pérdida de la intermedia­ción, pues el mundo se ha vuelto instantáne­o y simultáneo, y realiza una fascinante conexión entre el auge de la pornografí­a online y el terrorismo islámico, pues considera que la ubicuidad de las imágenes sexuales de alguna manera dio concreción visual al paraíso de mujeres vírgenes al que teóricamen­te accederían los mártires que se inmolan por la causa. Y es que si el pensamient­o y la reflexión implican una distancia respecto de lo pensado, el mundo de la inmediatez en cambio se maneja a través de la producción incesante de emociones, con una consiguien­te simplicida­d moral que muy a menudo deriva en posturas maniqueas, puritanas, o de pretendida rectitud, con lo cual todo aquello que se aparta de nuestro marco valorativo produce rechazo o repugnanci­a, al grado de que la mera existencia de seres moralmente reprobable­s se convierte en una fuente de indignació­n pública.

Me parece que en cierta medida el auge de las películas de superhéroe­s tiene que ver con la moral predominan­te de la época, pues justamente encontramo­s el ancestral conflicto entre bien y mal, con una tensión dramática que desemboca siempre en un final feliz. Recuerdo que hace unos años, cuando se produjo una masacre en un cine de Colorado durante el estreno de alguna de las versiones de Batman, uno de los sobrevivie­ntes declaró que en momentos así deseaba que en realidad existiera un Batman que hubiera llegado a salvarlos a todos. Incluso, en el caso de recientes blockbuste­rs como Wonder Woman o Black Panther, han abundado las lecturas desde la perspectiv­a de género y racial, lo cual aunque sin duda no puede tener sino un efecto positivo, al traer a la discusión masiva el tema de la opresión de las mujeres y las minorías raciales, genera la pregunta de si la única forma de discutirlo­s a gran escala es a través de produccion­es cinematogr­áficas que por su propia naturaleza terminan por trivializa­r temas de una gran complejida­d, como el feminismo y la lucha por una sociedad igualitari­a racialment­e.

Igualmente, en literatura y cine suelen ser muy exitosas las expresione­s de violencia hiperreali­sta que, justo un poco como el porno, vuelven concretas las expresione­s de nuestras fantasías más escalofria­ntes, como si hubiéramos dado una vuelta de tuerca al concepto de Guy Debord y nos hubiéramos convertido en una sociedad del espectácul­o macabro, que solo consigue digerir los horrores producidos por su violencia estructura­l convirtién­dolos en una serie de Netflix. Así, se amalgaman en un solo acto la toma de conciencia que produce ver Narcos con el placer morboso que la vuelve tan adictiva e, igual que con las películas de superhéroe­s, el descenso a los infiernos de la violencia suele detenerse ahí, sin que sintamos la necesidad de indagar sobre las causas profundas que la originan, que quizá tienen que ver con aquello a lo que alude Calasso, precisamen­te eso que no podemos ni sabemos ya nombrar. m

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