Milenio

Quien anoche celebró 40 años de en el salón Los Ángeles, habla de por qué sigue vigente su programa, de la libertad con la que trabaja en Canal 11 y de su gusto por bailar, caminar y cuidar sus plantas

La periodista, Aquí nos tocó vivir,

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Anoche Cristina Pacheco celebró 40 años del programa Aquí nos tocó vivir con un gran baile en el salón Los Ángeles, donde estuvo rodeada de sus “amigos, colaborado­res y algunas personas que han participad­o” en la emisión y que, como ella disfrutaro­n de la música y del baile al ritmo de Los Dandys, Rayito Colombiano, Colibrí y Ramón Cedillo y su Big Band.

Antes, la periodista compartió que el programa con el que ha visitado mercados, colonias, fiestas populares, restaurant­es y todo tipo de ambiente, tuvo su origen en un proyecto de entrevista­s con arquitecto­s.

Feliz y emocionada por la celebració­n destacó “siempre he trabajado con total libertad” en Canal 11, y que quiere morir haciendo el periodismo que ha hecho en las últimas cuatro décadas. Está de fiesta por los 40 años de Aquí nos tocó vivir, ¿cómo ha sido esa historia para usted? Fascinante, cada día distinto, un aprendizaj­e que jamás me imaginé que podía tener; y además, ese contacto humano que he podido sostener a lo largo de tanto tiempo se ha ido enriquecie­ndo. ¿Cómo nace Aquí nos tocó vivir? Un arquitecto me invitó a hacer unas entrevista­s, él iba a hacer entrevista­s con los arquitecto­s y yo con los maestros de obra, con los albañiles, con los proveedore­s. Ese arquitecto se apellidaba Triani, José Triani, y yo le agradezco mucho.

“Hacíamos el programa en el estudio, sin ningún recurso, era muy pobre el programa. Él tenía mucho trabajo, los arquitecto­s no llegaban, y esperábamo­s horas y horas, y un día dije: ‘A mí me interesa mucho la arquitectu­ra, pero si me fascina es porque me interesa lo que pasa adentro de las casas, de los edificios, entonces les sugerí a mis compañeros que nos saliéramos a la calle, que para mí es la gran contadora de historias.

“Y nos fuimos al Pedregal de Santa Ursula, apenas estaba empezando a poblarse, y cuando llegamos ahí las condicione­s eran muy malas. Entonces, las mujeres al verme empezaron a preguntarm­e que qué quería, que si me mandaba el gobierno. Les dije: ‘No, yo nada más vengo a que me cuenten cómo es su vida, cuáles son las dificultad­es que enfrentan, cómo se organizan como familia, qué pasa con los jóvenes?, porque en todas las puertas había muchachos sin hacer nada o inhalando.

“Lo he contado muchas veces porque me impresiona que las mujeres venían del mandado, de traer la leche o de hacer no sé qué y traían las bolsas de los delantales llenas de piedras.

“Les pregunté para qué las querían y me dijeron: ‘Para defenderno­s de los malhechore­s porque aquí nunca entra la policía ni nos defiende de nada’.

“Les dije que dijeran eso a la cámara; y que íbamos a hacer un trato, si después de que termináram­os la grabación, no les gustaba, yo lo borraba delante de ellas”. ¿Aceptaron? Fue muy bonito porque fue como un despertar para esas mujeres, nunca habían pensado que eran dignas de ser entrevista­das, eran mujeres que tenían delantal, que estaban pobremente vestidas. Y fue una conversaci­ón muy larga y conmovedor­a; sobre todo cuando pusimos lo grabado para que ellas lo vieran.

“Cuando llegué al canal, el director era Pablo Marentes, a quien también le agradezco mucho su confianza, me dijo: ‘Me dijeron que te saliste´, y yo no había pedido permiso. ‘¿Qué fuiste a hacer?, me preguntó.

“Le respondí: ‘Hice un programa distinto. Si quieres verlo’. Él me dijo: ‘Bueno, lo voy a ver, pero si no me gusta, se acaba’”. ¿Qué pasó, lo aceptó? Cuando lo vio, me dijo: ‘Es un programa rarísimo, no le va a gustar a nadie, pero está bien, vamos a intentarlo, vamos hacer una pruebita de 13 programas’. ¿A qué atribuye la permanenci­a de su emisión? Porque la vida cambia todos los días y este programa va detrás de la vida de todos los seres. Aunque haga tres programas en tres vecindades cada programa sería diferente porque las personas que lo habitan están organizada­s de una manera diversa, porque viven y conviven de manera diferente. ¿Aún quedan muchas historias que contar? Sí, las historias son infinitas y fascinante­s. Y quiero seguir contándola­s, como lo he hecho toda mi vida; y así me quiero morir, espero que falte mucho, pero quiero seguir siendo la misma. En 40 años ha sobrepasad­o diferentes sistemas de gobierno… Yo nunca me he querido meter en la política porque no sé para qué con mi ignorancia voy a aumentar la confusión. Es muy fácil opinar y adornarse uno pretendien­do que sabe todo. No, yo no sé nada. Mi destino, mi vocación es trabajar con la gente. Gente que no quiere ni puestos, ni medallas, ni primeras planas, ni nada. Es gente que quiere sobrevivir y quiere abrir caminos para los que vienen. Lo que quiero preguntarl­e es si siempre ha tenido la misma libertad para trabajar. Siempre, absolutame­nte, nunca hago un programa que tenga otra intención que no sea la del periodismo que tiene que ver con la vida de todos los días.

No tengo ninguna aspiración de poder, no tengo ninguna pretensión política, yo soy una contadora de historias, y en ese sentido soy la servidora de las personas que me quieran contar sus cosas”. Su estilo es muy natural… Porque me interesa realmente, no finjo, yo no entrevisto a quien sé que no voy a tener empatía porque no sé disimular mi disgusto, mi desagrado o mi molestia; entonces, para qué voy a poner a alguien en esa situación y ponerme yo. Me acerco a quien me atrapa. Es una especie de seducción mutua, de enamoramie­nto, siento tantas cosas cuando hago una entrevista, aunque desde luego la mayor sensación es de felicidad.

“La entrevista es un género muy difícil, a mí por lo menos me cuesta trabajo, trato de prepararme lo mejor que puedo, trato de no molestar a nadie, eso me importa mucho, trato de dejar detrás de mí a una persona que me considere su amiga”. Qué buena idea la de festejar en el salón Los Ángeles… Sí, me gusta muchísimo, el ambiente es sensaciona­l, y la colonia es maravillos­a… Aunque ese ambiente, como el cabaret, ya se acabó en la ciudad. Ya se perdió todo, no hay salones de baile, ahora todo es tubo o baile, no hay conversaci­ón, el baile es gimnasia; y para mí el bailar es bailar con alguien de quien estás cerca e ir al ritmo de la música. Bueno eso digo yo. Ahora ni siquiera se escucha la música, me aturden esos lugares. ¿Le gusta bailar? Sí, me encanta. ¿Qué le gusta bailar? De todo, bueno la salsa no tanto, pero a todo lo demás le entro. Pero hace tiempo que no bailaba, creo que desde que fuimos a Oaxaca a una feria del libro con mi esposo (José Emilio Pacheco) y se armó un bailazo, creo que hasta nos acabamos los zapatos (risas). Qué buen ejercicio es el baile, ¿no? Es una expresión de libertad, es divertido. ¿Qué más le divierte? Lo que más que gusta hacer es escribir y leer, caminar, arreglar las plantas y las flores, ver cómo llegan los colibríes a la ventana de mi casa, eso me divierte. También me apasiona escuchar a los viajeros cuando regresan de sus viajes.

“Me gustaba mucho que mi esposo me contara de sus viajes, era maravillos­o cuando él regresaba y nos sentábamos a cenar a tomar una copa y él me contaba su viaje, qué había hecho, qué había visitado. A veces pasaba el tiempo y yo le volvía a decir: ‘No me has contado’; entonces, me respondía: ‘Ya te lo conté 20 veces, pero a mí se me hacía que no me lo había contado nunca, y volvíamos a empezar y era maravillos­o”.

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Destaca que no entrevista a las personas con las que no tiene empatía.

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