ELIZONDO Y EL SUEÑO DE LA ESCRITURA
Es largo el trayecto que va de Farabeuf o la crónica de un instante (1965) a Elsinore: un cuaderno (1988), la primera y la tercera novelas de Salvador Elizondo (1932-2006). Entre uno y otro ejercicio se interpone un texto breve, “El grafógrafo”, de un libro homónimo de 1972, que pareció plantear en su momento un abismo narrativo irresoluble, con el retrato de alguien que escribe, escribe que escribe, mentalmente se ve escribir que escribe… A la distancia puede el lector darse cuenta de que la salida de ese laberinto la encontró el autor al surgir, entre el hombre y su pluma, la presencia onírica, como una llave oculta o secreta. Por ello Elsinore comienza de esta manera: “Estoy soñando que escribo este relato”.
El sueño, quizá como una segunda vida, como creía Nerval; o mejor: una segunda memoria, pues ésta viaja hacia la infancia y obtiene de esa etapa sus reflejos. Más específicamente, se trata de ese tránsito en el que la niñez se rompe y se llega, de modo abrupto, a la adolescencia. Novela de iniciación o, como le llaman los alemanes, bildungsroman, que acaso puede ser leída a la par de otra novela corta mexicana de la misma década, Las batallas en el desierto (1981), de José Emilio Pacheco.
La de Salvador Elizondo ocurre en California, en la Escuela Naval y Militar del Lago Elsinore. Aunque este último nombre tenga resonancias shakespeareanas, las presencias literarias aquí van, más bien, de Edgar Allan Poe a Joseph Conrad. La aventura acuática adquiere las dimensiones del mito; y también hay ecos cinematográficos, como la vecindad de este colegio con la casa de un afantasmado Bela Lugosi (el actor de Drácula), o la vista en un cine de Los Ángeles de los filmes El forajido y Gilda…
La sensualidad de Rita Hayworth es trasladada, por la mente infantil, a la maestra de baile de la escuela, la señorita Simpson, de la que el pequeño Salvador se vuelve fiel devoto. Lo explica así el narrador: “La pasión por una sola mujer nunca es más intensa ni más aparatosa, espiritualmente hablando, que en la adolescencia, mientras es uno todavía capaz de desear tan intensamente sin ninguna esperanza de ser correspondido”.
A treinta años de la publicación de Elsinore: un cuaderno, El Colegio Nacional ofrece un producto editorial sorprendente, Elsinore: un cuaderno. con ilustraciones de Nuria Meléndez Gámez, presentación de Paulina Lavista (en donde habla de la génesis del relato), prólogo de Daniel Saldaña París y una libreta iconográfica… a la par, en calidad, a la caja conmemorativa por el medio siglo de Farabeuf, de hace ya tres años. m