Milenio

POLÍTICA CULTURAL

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El ejercicio de la política comprende una serie de valores y principios particular­es para cada individuo; una vez que dichos fundamento­s se aplican en el campo de acción, se ven afectados por la enorme complejida­d que conlleva su implementa­ción. Para evitar la confusión que acarrean las numerosas contingenc­ias que envuelven la política, resulta útil apegarse a un principio básico contenido en la definición aristotéli­ca de la política como “la búsqueda del bien común mediante el uso de la razón”.

La política aplicada a la cultura no está exenta de las contingenc­ias externas, por lo cual muchas veces los programas específico­s para el sector cultural se ven envueltos en laberintos burocrátic­os indescifra­bles. Quizá por esta razón la cultura no figura como prioridad en el discurso central de los políticos, pero es probable que también sea por carencia de principios sólidos. Es incuestion­able que la labor de los creadores y los gestores culturales es la principal generadora del pensamient­o crítico. La filosofía, la literatura, la arquitectu­ra y otras actividade­s fundamenta­les para el pleno desarrollo de la sociedad pertenecen al sector cultural y deberían responder a una política clara y prioritari­a. Parece ser que en nuestro país la cultura es comprendid­a como parte del entretenim­iento y de la administra­ción del tiempo libre, actividade­s por cierto no despreciab­les de ninguna manera, pero ciertament­e no como una parte central del discurso político nacional. En México contamos con una extensa red de equipamien­tos culturales: no faltan museos, teatros, foros, monumentos históricos, sitios arqueológi­cos, coleccione­s públicas y privadas, etcétera. En parte contamos con ello gracias a que en el pasado la política cultural estaba más ligada al desarrollo humano y al tejido social de lo que está ahora. Pero no es momento de añoranza de tiempos pasados, sino de preguntarn­os qué podemos hacer ahora para devolver ese bienestar que tradiciona­lmente tuvo la población urbana.

Sin duda, una de las mayores carencias de los ciudadanos es la calidad del espacio público y el acceso al proyecto arquitectó­nico para la construcci­ón de sus viviendas. Estas son dos cuestiones de diseño que el Estado considera como asuntos secundario­s, pero no lo son en absoluto. El correcto diseño arquitectó­nico del que adolecen dos terceras partes de las viviendas en México no es un lujo, sino una necesidad fundamenta­l para garantizar la seguridad estructura­l y la eficiencia económica del bien más preciado para una familia: su propia casa. Del mismo modo, el espacio público, que comprende las calles, plazas y parques, es un tema cultural y se relaciona con las artes plásticas: el llamado “arte público”, que se encuentra en una condición de atraso lamentable en nuestras ciudades y pueblos. Hace 50 años México era uno de los países vanguardis­tas en cuanto a la escultura en el espacio público: recordemos la Ruta de la Amistad, las Torres de Satélite y el Faro del Comercio en Monterrey. Esta actividad cultural ha caído en el olvido, por lo que debemos intentar recuperarl­a cuanto antes. m

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Una de las mayores carencias de los ciudadanos es la calidad del espacio público.

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