De su padre y su hermano para enrolarse en la corporación estatal, pese a que está consciente de que cualquier día ella puede ser un número más, un elemento caído en el combate anticrimen
Viridiana siguió el ejemplo
Cada día, cuando Viridiana se despide de su hija de diez años, sabe bien que podría ser la última vez. Sabe bien que podría no volver a verla. Por ello, siempre se asegura de darle un beso intenso y de abrazarla muy fuerte, así, como si fuese el último día. A la niña le repite que sea valiente y que cumpla con sus tareas en la escuela. Y que le haga caso a su padre.
Viridiana no es cualquier mamá. Es policía estatal en Guerrero, una de las entidades más peligrosas para ejercer este oficio. Hace apenas un mes, seis compañeros de Viridiana fueron emboscados y asesinados por un comando en Zihuatanejo. Los delincuentes grabaron un video que difundieron en redes sociales, donde celebran con saña la muerte de los oficiales.
¿Quién quiere ser policía en Guerrero, entre narcos y violencia criminal? Viridiana sabe que cualquier día ella podría ser un número más, el de otro policía ejecutado, pero es algo que lleva en la sangre.
En 2013, cuando tenía 22 años y su hija estaba por entrar a la primaria, Viridiana decidió inscribirse a la Policía Acreditable del Estado de Guerrero; quería seguir el ejemplo de su padre, quien hoy es un policía retirado, y de su hermano, quien se desempeña como oficial en la Policía Federal, y de otro hermano más que esta en la policía municipal de Chilpancingo.
“Es como un patrón que llevo desde casa, somos de Guerrero y mi familia pertenece a las armas. Desde pequeña me inculcaron eso, a ayudar a los demás e incluso a morir si es necesario por el oficio, a no tener miedo”, cuenta la ahora oficial de la Unidad de Reacción Inmediata Centauro, del Grupo Táctico del estado.
Según datos de la Comisión Nacional de Seguridad, en el último año más de 500 policías han sido asesinados. De éstos, 50 murieron en Guerrero, mientras realizaban patrullajes o tareas de operación y atención ciudadana, justo como lo que hace Viridiana.
“Vamos en células de 10 motociclistas que seríamos 20 con diez binomios. Por lo general atendemos primero las llamadas del 911, las motocicletas entran más fácil a las colonias de difícil acceso y además vamos a donde se nos comisione a cualquier parte del estado”, narra mientras toma su fusil de asalto y se prepara para un patrullaje en la zona centro de Chilpancingo, donde hay un reporte de homicidio. Según los estándares de la Organización de las Naciones Unidas, Guerrero tiene un déficit de casi 50 por ciento en cuanto al número de policías que deberían trabajar en la entidad. De acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad Pública del estado, en Guerrero operan 6 mil gentes, 4 mil de ellos son estatales y 2 mil policías municipales, adscritos a 81 corporaciones en los ayuntamientos.
Roberto Álvarez Heredia, vocero de Seguridad estatal, afirma que los policías estatales han tenido que hacer el trabajo que deberían realizar los agentes locales.
“Todas las policías municipales son débiles en el estado, tenemos que reconocerlo, y hay casos de municipios con policías inexistentes y en otros casos insuficientes.
“Creo que la tarea de los policías locales es casi heroica, porque no tenemos policías municipales y eso también provoca un déficit de las tareas de los policías estatales y un descuido de las tareas que deberían de hacerse en todo el estado”, explicó.
Hace unos meses, dice Viridiana, un grupo armado la emboscó a ella y a sus compañeros en Atoyac. “Fue un día terrible, estábamos haciendo un rondín, nos habían reportado gente armada y cuando acudimos al llamado, comenzaron a disparar”.
En la acción, tres de sus compañeros murieron y otros quedaron lesionados.
“Yo pensé en mi hija, en lo mucho que la amo, pero también en lo poco que la veo, en mis deseos de que se sienta orgullosa de mi trabajo y de lo que hago por ella”, cuenta la oficial, una mujer de ojos profundos, alta y de sonrisa tímida.
“Platico mucho con mi familia, sobre todo con mis padres y mi esposo, hemos hablado del trabajo, de los riesgos y de lo que quiero que hagan por mi hija el día que yo falte, porque ese día llegará”, dice sin tartamudear.
“No me da miedo morir y eso también se lo explico a mi hija, pues del trabajo que tengo ella tiene la vida que ahora tiene”. Según datos oficiales, solo 2 de cada 10 personas que acuden a las convocatorias de la Secretaría de Seguridad Pública acreditan los exámenes de confianza. Algunos de ellos salen de la corporación de manera inmediata o bien en las pruebas intermedias.
“Ahora creo que estamos más capacitados, la mayoría de nosotros somos gente con licenciatura, muy bien preparados para cualquier tipo de reporte que se dé, comprometidos con nuestro trabajo”.
Aun así, señala Viridiana, “la gente no confía en nosotros, no se acerca, no pregunta, piensan que somos nosotros los secuestradores o los que asesinamos gente. Que no estamos capacitados, dicen, que no le echamos ganas. Puras cosas negativas. Pero no se ponen a pensar para que ellos vean lo que de verdad es lo que es ser policía, que no porque nos vean cabeceando estuvimos dormidos toda la noche. Al contrario, en la noche es que hay más movimiento”.
Según la última Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, el índice de confianza en las policías en México es de 55 por ciento y “aunque ha mejorado, falta mucho trabajar en la policía municipal, los más próximos a la ciudadanía”, reconoce Álvarez Heredia.
Viridiana afirma: “Un policía no puede enfermarse, pasamos horas enteras bajo el sol o la lluvia, sin poder movernos, tampoco tenemos horas completas de sueño, pues en las noches hay más movimiento, como decía”.
Pese a ello, dice, “mi mayor satisfacción sigue siendo la de poner el ejemplo. Hay veces que niños, como mi hija, me saludan en la calle y les dicen a sus papás: ‘¡Mira, es mujer!’. Esos momentos los atesoro y me cargan de energía para despedirme de mi hija cada vez que debo salir a trabajar”.
A trabajar y arriesgar la vida en el estado más violento del país… m