Con el corazón roto
En la semana bobeaba en la red -buscando noticias de boxeo (ooooobvio)- y me encontré con algo que atrapó la atención de inmediato. Decía: “Campeón mundial ve complicado su regreso por inestabilidad mental”.
Teniéndolo los antecedentes de Don Tyson Fury, claro que mi diablito interior se despertó de inmediato. Tan rápido que parecía como si estuviera esperando señal para entrar a escena y pedía a gritos que apagara ese morbo malsano. Y caí.
Leyendo la nota morí de ternura, lo siento... soy una ñoña.
Srisaket Sor Rungvisai, el tailandés que zarandeó dos veces al Chocolatito González y que además le dio una noche muy dura al Gallo Estrada, ese que se pone unos guantes y se le acaba la sonrisa... tiene el corazón roto y no se siente en condiciones de pelear.
Rompió con la novia con la que duró 14 años y con el simple hecho de pensar que tenía que ponerse los guantes, concentrarse y pelear... decidió aplazar su regreso hasta septiembre. ¡Mi vida, me lo como!
Aun así, el campeón tailandés calcula que al volver podrá enfrentar de nuevo al Gallo Estrada, pues con todo y todo dice que no quiere peleas sencillas. ¡Wow!
Ya, cuando la ternura me soltó, pensé: ¿cuántos peleadores han tenido que bloquear capítulos fuertes de su vida para subir al ring? Fallecimientos, nacimientos, rupturas o uniones, bloqueados por el tiempo que dure la pelea, porque si no los efectos pueden ser contraproducentes.
Muchos no nos ponemos a pensar lo que un deportista carga de cara a una competencia, creemos que lo único que hay en su mente es ganar, pero la vida personal es algo que nada más no se puede poner en pausa. Por eso, ahora más que antes, mis respetos a todos aquellos que suben al ring y que sin importar lo que pasa abajo del mismo, encuentran la motivación para salir adelante tirando puños para todos lados.