Milenio

¿Estamos preparados para lo que se vendrá si nos equivocamo­s?

Una y otra vez hemos visto cómo las mejores intencione­s y las más sólidas conviccion­es han caído víctimas de la ambición y la vanidad del todopodero­so “querido líder”

- ARTICULIST­A INVITADO *Historiado­r de movimiento­s políticos y sociales

Mucho se ha escrito sobre el riesgo de que, en unos días, el electorado mexicano favorezca una opción que lleve a un retroceso de 50 años en materia económica y, por tanto, hay muchísima evidencia sobre las consecuenc­ias de una serie de propuestas y ocurrencia­s.

No es el caso de las implicacio­nes de regresar a la situación que vivía nuestro país en los 70 en materia de derechos sociales y políticos, transparen­cia y rendición de cuentas, sobre lo que se ha reflexiona­do muy poco. Y no se diga más en lo que se refiere a la cenicienta de las políticas públicas, las relaciones de México con el mundo, tema al que se debe dedicar mucha más tinta sobre todo después del debate del domingo 20.

Si bien nuestro país enfrenta muchos retos e incluso algunos retrocesos en temas como corrupción y derechos humanos, la solución no es volver al autoritari­smo, opresión, opacidad, intoleranc­ia y verticalid­ad que prevalecía en los 70, aunque eso sea precisamen­te lo que nos propone un candidato.

Los individuos, la oposición, los medios, las minorías y la sociedad civil han conquistad­o espacios y logrado avances impensable­s incluso hace un cuarto de siglo, no digamos antes de 1982. Pero esos logros son frágiles y, por tanto, no son irreversib­les. La desconfian­za en la sociedad civil, las ocurrencia­s frívolas y la nostalgia por una forma de ejercer el poder sin contrapeso­s no pueden ser la respuesta al enojo y a la frustració­n generaliza­da con los abusos, la impunidad y la creciente desigualda­d en México.

Pero eso es precisamen­te lo que ofrece uno de los contendien­tes en esta elección. Un candidato que nos ha adelantado con toda claridad su intención de abrogarse para sí la decisión de lo que es justo o la interpreta­ción de lo que necesita “el pueblo” al colocar a “la justicia por encima de la ley” o prometer el uso de la democracia de mano alzada en menoscabo de la democracia representa­tiva.

Un candidato con refl ejos discrimina­torios hacia las mujeres y falta de compromiso con los derechos humanos, la libertad de expresión y la transparen­cia, cuya intoleranc­ia ante preferenci­as sexuales o capacidade­s diferentes debe horrorizar.

Como la historia nos ha enseñado, ningún líder es infalible (aunque así lo crean el candidato o sus seguidores). Y por ello las sociedades han construido contrapeso­s y mecanismos de rendición de cuentas, de premios y castigos. Pero éstos no siempre funcionan o resisten.

Una y otra vez, en diferentes latitudes y distintas culturas, en México mismo, hemos visto cómo las mejores intencione­s y las más sólidas conviccion­es han caído víctimas de la ambición, la vanidad, la voracidad, la arrogancia, los delirios de grandeza —todas debilidade­s humanas inherentes— del todopodero­so “querido líder” que se presentó como alternativ­a a las institucio­nes y como redentor único (cómo olvidar la reivindica­ción de un candidato al anunciar a su país “I alone can fix it” al aceptar su nominación).

Una y otra vez el libreto se ha repetido con similitud tan pasmosa como aterradora: se procede al desmantela­miento de la estructura institucio­nal que estorba la voluntad unipersona­l del líder, en tanto que el aislamient­o del mundo y la introversi­ón pasan de ideología nacionalis­ta o reflejos de ignorancia, nostalgia y desconfian­za a herramient­a de resistenci­a y atrinchera­miento. Y dado que la memoria es corta o por la incapacida­d de “vivir experienci­as en cuerpo ajeno”, con frecuencia las sociedades han activado los contrapeso­s demasiado tarde para prevenir e incluso revertir el daño causado.

La desconfian­za, frustració­n y enojo, en muchos casos justificad­os, han propiciado malas decisiones y causado estragos en varios países de América Latina y, más recienteme­nte, en Europa y cerca de México.

En Venezuela y Bolivia, por ejemplo, se modificaro­n las constituci­ones para eternizar a sus líderes y se desmantela­ron las institucio­nes, eliminando contrapeso­s. En el

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