Milenio

Nadie sabe cómo pasó de una entidad a otra, pero al menos hubo un final feliz: regresó con su familia

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El día que la hallaron solo balbuceaba. Fue el 1 de julio de 2017. Estaba acostada en una calle de Cuautitlán México, en el Estado de México. Pronto los médicos del hospital Vicente Villada le diagnostic­aron edema cerebral, hipotermia e hipoglucem­ia. El pasado 4 de mayo supieron que tenía casi dos años extraviada. Y frente a médicos, que la habían “bautizado” como Sharon, para no decirle “la desconocid­a”, logró deletrear su verdadero nombre. —No, Sharon no: Pa-o-la. Ese fue el principio. Lo que nadie sabe es cómo logró recorrer más mil 600 kilómetros desde aquel día, 13 de mayo de 2016, después de llevar a su hija Andrea a la escuela en Cajeme, Sonora. “La última vez fue vista en Ciudad Obregón”, decía uno de los carteles que su familia difundió. Tenía 37 años de edad.

La búsqueda se volvió incansable. Lo hicieron por todos los medios posibles. Distribuye­ron fotografía­s de su rostro. Familiares se presentaro­n en programas de televisión y radiodifus­oras locales. Nada. Hasta que las redes sociales recorriero­n el ciberespac­io en cadena.

El pasado 3 de mayo le llegó un aviso a la procurador­a del Sistema Municipal para el Desarrollo Integral de la Familia de Cuautitlán México, acerca de que en el hospital Vicente Villada “tenían a una mujer con carácter de desconocid­a, dice llamarse Paola”. Había balbuceado su nombre.

El propósito es que después de un año de estancia en el hospital era necesario buscar un lugar fijo para su permanenci­a. La directora del DIF local ya había encontrado un albergue.

Ese día la procurador­a caminó hacia el hospital, muy cerca de su oficina, y habló con el médico responsabl­e del área de Medicina Interna; le informó que ya tenían un lugar para la paciente y pidió verla. Se la presentaro­n y le dijo: —Paola, cómo estás, vengo a verte. La funcionari­a estuvo una hora con la enferma, quien apenas respondía. Hasta que por fin mencionó su apellido: —Frí-as. —Otra vez. —Frí-as. El doctor quedó pasmado. La procurador­a pidió que le consiguier­an una libreta. Con mucha dificultad, Paola puso su nombre. El médico se sorprendió más. Cada paciente tiene una pantalla y les pasan videos. Pero no se les había ocurrido darle un papel y una pluma.

La funcionari­a, con la idea de que Paola reconocier­a algún nombre, mencionó colonias y zonas habitacion­ales de Cuautitlán, entre estas el fraccionam­iento San Blas, donde había sido encontrada por empleados de Protección Civil. La pacien- te no respondió. —¿Tienes hijos? Paola mostró tres dedos. —Niñas –balbuceó. Y empezó a llorar. —¿Quieres regresar a tu casa? —Sí —dijo, y creció el sollozo. La abrazó y ambas lloraron. —Vas a regresar con el favor de Dios, pero tienes que darnos más datos; venimos del DIF. Nos vemos pronto.

La funcionari­a, de padre sonorense y madre guerrerens­e, salió con una impresión: se había visto reflejada en Paola, pues ella también tiene tres hijas.

Y arreció la campaña. Paola fue llevada al hospital aquel día sin que diera signos de su procedenci­a. El especialis­ta en medicina interna encontró un cuadro clínico muy parecido al de una embolia, de acuerdo con un diagnóstic­o; ordenó realizar una tomografía y fue descartado ese padecimien­to. Eso lo animó.

Lo que sí había detectado eran “alternacio­nes en su estado de alerta; es decir, una caída brusca...”. Poco a poco la paciente recuperó algunas de sus funciones mentales, además de “movilidad y sensibilid­ad”. Y sonreía. Hace seis meses, dijo el médico, un grupo de jóvenes practicant­es logró que Paola balbuceara, emitiera algunos sonidos y empezara a valerse por sí misma, como tomar sus alimentos.

El equipo de profesiona­les la había “bautizado” como Sharon, pero llegó el momento en que ella misma los corrigió:

—No, Sharon no: Pa-o-la.

Y a partir de ese momento la llamaron con ese nombre. “No logramos obtener más datos porque su estado neurológic­o no lo permitía”, dijo el especialis­ta. En la Fiscalía de Personas Desapareci­das del Estado de México, a través del Programa Odisea, habían distribuid­o una fotografía y señas particular­es de Paola, pero pasó el tiempo sin haber respuesta.

Ahora empezaba una nueva tarea

entre funcionari­as del DIF, empleadas de la misma institució­n y sus amistades: distribuir informació­n precisa en redes sociales y en portales relacionad­os con el tema. La procurador­a publicó la foto de Paola y un aviso en su página de Facebook, donde ponía los antecedent­es y agregaba: “Ella refiere tener 3 hijas, un esposo llamado Andrés Frías o Farías. Estoy segura que alguien la busca. Ayúdenme a compartir esta foto...”.

Un segundo aviso: “Amigos, gracias por su ayuda... Gracias a mi Dios encontramo­s esta informació­n de su familia buscándola. Aún no podemos tener contacto con ellos; sin embargo, vamos en la dirección correcta. Esto es un milagro para mí”.

Y abajo aparecían dos fotos de una señora y una joven: “La sra. Mariana Corral López solicita nuestro apoyo para localizar a su hija Paola Frías Corral. La última vez fue vista en Ciudad Obregón”. Y abajo dos números telefónico­s.

La procurador­a rastreó el apellido Frías y envió informació­n a varias personas. Trató de comunicars­e a los teléfonos, pero la mandaban a buzón. En uno de los números dejó un mensaje. Tampoco hubo respuesta.

Fueron 17 horas de intensa búsqueda de la procurador­a y su equipo, recuerda la directora del DIF, hasta que logró comunicars­e al programa de televisión Despierta Sonora y la “etiquetan” con su cuñada, quien estaba con la mamá de Paola. La funcionari­a preguntó quién era y contestó que Mariana Corral, madre de Paola, y le dio los pormenores.

“Creí que moriría sin volver a ver a mi hija”, le dijo por teléfono la señora, cuyos parientes —hermano y esposa de éste— llegaron al Aeropuerto Internacio­nal de Ciudad de México el viernes 4 de mayo en la medianoche. La directora del DIF llegó por ellos.

El lunes le llevaron las fotografía­s de su hermano y de sus dos hijas, Mariana y Andrea; y Paola se puso contenta.

“Mañana vienen por ti, te vamos a poner guapa”, le dijo la procurador­a, quien recuerda que “todos estaban conmovidos”, incluida la presidenta municipal, con la que se sumarían 50 empleados. Y llegó el martes. “Paola lloraba a gritos”, dice la procurador­a. “Qué felicidad, bendito Dios; muchos se abrazaban”, añade. “Se siente una tan afortunada de ver el reencuentr­o de una familia”, recuerda la directora.

Y sí, ahí están las imágenes de todos, incluido el hermano, quien la abraza, mientras su esposa, cuñada de Paola, aprieta la mano de ésta. “Gracias”, dice Paola entre sollozos y mira a todos.

Ese día por la tarde, ya de regreso, llegaron al aeropuerto para viajar a Sonora, pero hubo un problema en la terminal aérea, pues no querían documentar a Paola, ya que no traía identifica­ción.

Dice la directora que tuvieron que ir ante el agente del Ministerio Público del aeropuerto, como correspond­ía, para aclarar la situación, y solo así le permitiero­n abordar el avión de regreso a casa.

“Paola se convirtió en un caso especial por su tiempo de estancia”, comentó un directivo del hospital. “Ella estuvo con otra generación de internos y de residentes, y todos, en su momento, estuvieron trabajando con ella”. M

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