MUNDO INTERCONECTADO
Son tantos los lugares de la contemporaneidad a los que nos lleva la novela de Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), Trilogía de la guerra, que al terminarla éstos parecen disolverse entre la realidad y lo imaginado. ¿Realmente estuvieron ahí —una isla cercana a la costa gallega, Brooklyn, la Normandía del desembarco aliado— sus personajes? Que responda uno de ellos: el quid está en el entendimiento de la literatura y su grandeza, “no solo hacernos ver lo que no existe sino lo que ni tan siquiera podríamos llegar a concebir”.
Por supuesto que estuvieron ahí, siempre de la mano de su autor, descubriendo nuevas posibilidades para lo ya conocido. En la primera parte de la novela el personaje principal descubre una gran edificación en una isla olvidada que fue campo de concentración franquista y se queda a vivir ahí; en la segunda se nos revela la existencia de un cuarto astronauta, quien habría acompañado a los célebres Amstrong, Collins y Aldrin en su viaje a la Luna, al que se le sigue la pista; en la tercera una mujer peregrina busca recuperar las presencias arrebatadas por la guerra, descubriéndonos su soledad. Un buen resumen del hombre interconectado de hoy: una y tres novelas.
En el desenvolvimiento de las historias se irán incorporando claves, huellas, guiños, imágenes... que reaparecen en una y otras, y que dejan la puerta abierta para el descubrimiento de diferentes posibilidades de los mismos hechos. Como cuando se advierte sobre esa generalizada duda (leyenda) acerca de la llegada del hombre a la Luna. Kurt, “el cuarto astronauta”, nos dice: “…no es así, claro que fuimos, lo que no impide que esa leyenda se convierta al instante en real y cierta, en un epílogo de la cultura popular de mi país”.
Siendo tantos los sitios visitados por los personajes de Trilogía de la guerra (Premio Biblioteca Breve 2108), será en el epicentro de este país, el nuestro, donde “el cuarto astronauta” identificará el origen de su dependencia al alcohol. De visita por México, los astronautas son recibidos por el Presidente, quien les da la enhorabuena y les regala El laberinto de la soledad, “de un autor cuyo nombre ahora se me escapa”.
Alojado en un hotel cercano al Zócalo, Kurt escucha el rumor de la gente en la plaza, “similar al de los bisbeos del simulador del motor número 2 del Apolo 11 justo antes del despegue, momento en el que sientes su potencia, su intención de salir y romper de una vez con todo, pero no se despega, ese motor nunca despega porque se trata de un simulador de motor, se trata de medir tu resistencia al miedo para el día del lanzamiento real”.
Ese rumor de gran ciudad, “eterno y ancestral”, no dejará a Kurt. “…parecía que de un momento a otro algo iba a pasar en esa jodida plaza y al final todo seguía igual, pero no para mí, todo hay que decirlo, pues en guerra, Trilogía de la la terraza de aquel hotel, al mismo tiempo que, repito, leía o más bien hojeaba el libro El laberinto de la soledad, una camarera me servía una tras otra copas de mezcal con gajos de naranja, y fue en ese momento de alcohol, indisolublemente unido a la lectura de aquel libro, en el que puedo cifrar mi experiencia de bebedor habitual”.
En su amplitud de registros y huellas de nuestros días, Trilogía de la guerra define también a uno de sus principales actores, Trump: la hipérbole verídica, “porque dice que puede obtener no solo todo lo que se propone sino más de lo que él mismo sería capaz de proponerse”. m