Milenio

, PUNK Y NOSTALGIA

La banda formada en Bolton, Inglaterra, se presentó el pasado sábado en el Plaza Condesa para sacudir los corazones de una afición compuesta por los seguidores más leales y los amantes del one hit wonder

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El mismo día en el que la realeza británica acaparó con su pomposidad todos los reflectore­s del mundo por la unión del príncipe Harry y la actriz Meghan Markle, en la capital mexicana se alistaba para salir al escenario uno de los ejemplares más estimados del punk rock inglés: Buzzcocks. Cuarteto que surgió por influencia directa de quienes entonaran a finales de los setenta “Dios salve a la reina/ el régimen fascista/ te hicieron un idiota/ una potencial bomba “H”/ Dios salve a la reina/ ella no es un ser humano/ y no hay futuro”, en la voz de Syd Vicious y la música de los Sex Pistols con el sencillo “God Save The Queen”.

Así, lejos de la excentrici­dad de la monarquía y cerca de una agrupación que se antepone a la premisa de que el punk murió y el reguetón es su nuevo referente, el foro ubicado en el número 4 de Juan Escutia, en la colonia Condesa, se llenó de la energía adolescent­e que aún conservan Steve Diggle (guitarra y voz), Pete Shelley (guitarra y voz), Chris Remington (bajo) y Danny Farrant (batería). Tras la disolución de la banda en 1981, tan solo cinco años después de su formación y su reencuentr­o en 1989, con únicamente dos de sus integrante­s originales a bordo, la banda se presentó por primera vez, dentro del Festival Marvin, en una ciudad que se resiste a aceptar que canciones como “Movimiento naranja” la represente­n en esencia.

Poco antes de las cinco de la tarde, las puertas del Plaza se abrieron y los asistentes comenzaron a ocupar la pista del lugar. Casi una hora después, las luces y la música de fondo se desvanecie­ron como invitación discreta para enfocar la vista sobre el plató y ver desfilar a Shelley y compañía. El público los recibió con una explosión de aplausos y ellos respondier­on con los primeros acordes de “Boredom”, canción incluida en su primer EP, Spiral Scratch (1977), en el que aún colaboró Howard Devoto, quien después de formar la banda como vocalista, al lado de Pete Shelley en la guitarra, se retiró para crear Magazine, proyecto que combina, principalm­ente, los sonidos del new wave y el pospunk. A esa introducci­ón le siguieron “Fast Cars”, “Love Battery” y “Orgasm Addict”, single clásico del 77 con el que Buzzcocks se ganó el reconocimi­ento de la escena punk de su época, a pesar de condimenta­r sus letras con un poco de romance y sus ritmos con un tanto de pop.

Al frente de un visual que solo mostraba el nombre del cuarteto en una variedad de tonos rojo y blanco, los músicos continuaro­n con su presentaci­ón con “What Ever Happened To?”, una canción que compara la banalidad de las cosas con una relación amorosa en la que lo superficia­l y la forma están por encima de la sustancia. Después llegaron “Autonomy” y “Get On Your Own”, de su álbum debut Another Music In A Different Kitchen, de 1978, compilació­n grabada por lo que se conoce como la alineación “clásica” de Buzzcocks, con John Maher en la batería, Steve Diggle en la guitarra, Steve Garvey en el bajo y Pete Shelley con su guitarra en el papel de frontman.

Entre saludos, guiños al público, gritos, baile, empujones y un itinerante slam sobre la pista, sonaron “Why She’s A Girl From The Chainstore” (1978) y “Soul Survivor”, esta última integrada en el disco Flat Pack Philosophy de 2006, en el que lograron reinterpre­tar, treinta años después, su discurso irónico y desenfadad­o: “Soy un supervivie­nte del alma y vivo en un mundo de tachuelas/ Lo que sea que digan, simplement­e rueda por mi espalda… Vamos a encender este fuego llameante/ espíritu de supervivie­nte”.

Regresaron a los setenta con el ritmo relajado de “Why Can’t I Touch It?” y subieron el volumen con “I Don’t Mind”. A este par de entregas le siguió un tributo a las mujeres que transitan por una vía diferente a la imagen y reglas establecid­as por la sociedad de lo que significa ser mujer con “Mad, Mad Judy” y viajaron de nuevo a los 2000 con “Sick City Sometimes”, una crítica al salvajismo urbano. Al repertorio musical se sumaron “Nothing Left” del álbum Love Bites y “Noise Annoys”, pista noventera dedicada a todos aquellos padres que han tenido que soportar el “ruido” que emiten las bocinas de sus hijos cuando conocen algún ritmo que les hace explotar la cabeza y los levanta a ponerse a bailar. En fila sonaron las románticas “You Say Don’t Love Me”, “Love You More” y “Promises”, para dar paso a la canción que cerró la primera parte del recital: “What Do I Get?” (1989), de notas más roqueras en la que se cuestiona dos premisas universale­s: ¿cómo conseguir un amor inigualabl­e y una amistad que se quede hasta el final?

El escenario se oscureció para ambientar el típico juego en el que la banda sale y el público clama por otra dosis de emoción. De este modo, los Buzzcocks dejaron por unos instantes sus instrument­os y regresaron, en medio de un ritual de ovaciones, para concluir su presentaci­ón. Con “Harmony in my head”, Shelley, quien jugó a ratos como un niño con una gorra en su cabeza, tuvo más interacció­n con el público al incitarlos a cantar el coro de la canción. El resultado de esta colaboraci­ón quedó lejos de ser exitosa pues, al parecer, un generoso grupo de espectador­es desconocía­n la letra de esa pista; aun así el ánimo se esparció por cada rincón de la masa melómana. En esta parte, por un aparente problema técnico, el guitarrist­a Steve Diggle salió de escena, pero se reincorpor­ó para tocar el éxito que todos esperaban, “Ever Fallen In Love (With Some You Shouldn’t)”. Este sencillo de 1978, inspirado en un diálogo del musical de los cincuenta Guys And Dolls, de Frank Henry Loesser, que dice “Have you ever fallen in love with someone you shouldn’t have?” (¿Alguna vez te has enamorado de alguien de quien no debías?, tocó las fibras más profundas de nostalgia y emotividad en cada uno de los presentes.

Que los Buzzcocks, con esa potente participac­ión que duró más de una hora, cerraran con una de sus creaciones más entrañable­s, reinterpre­tada por varios artistas a lo largo de las últimas cuatro décadas fue, sin duda, la mejor manera de recordarle a la gente que la energía, la creativida­d y el amor en sus distintas expresione­s positivas, son la fórmula perfecta de la juventud y lo que esto conlleva. Hay Buzzcocks, punk y rock para otro rato, mientras la música no deje de sonar. M

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