Comida por la ciudad
Si electoralmente la intención es comernos unos a los otros, conjuremos esto mediante la civilidad, para construir una nueva cultura política sin ningún tipo de violencia.
Este viernes, en este gran laboratorio político que es la elección de 2018 en Ciudad de México y bajo las reglas de la nueva Constitución, los candidatos estaremos juntos, no para comer sapos, sino para reafirmar que las diferencias se pueden masticar mediante el diálogo, la civilidad y una nueva cultura política.
No es bajar banderas ni dejar de construir convicciones propias. Es reconocer con qué de la diversidad ideológica, usando la política, se pueden construir hegemonías y acuerdos por el bien general: la democracia tiene como punto de partida las diferencias entre los partidos, sus miembros y candidatos.
Esta elección es inédita, por el fenómeno llamado popularmente chapulineo y el paso masivo de un partido hacia otro, que pese a tener los mismos orígenes, buscan en los excesos verbales, borrar pasados y demostrar nuevas lealtades. Resultado: una gran polarización de las formas, pero no de fondo y una gran violencia verbal en los cambios de piel.
La respuesta social a la violencia interpartidaria, en la lucha por demostrar que el otro es peor, ha sido fatal para la sociedad y la política. El divisionismo y la tensión crecen en los barrios, colonias y pueblos originarios, dividiendo a las comunidades que necesitan organización y unidad para enfrentar los problemas cotidianos y trascendentes.
Toda violencia, como el aire caliente, genera una espiral que nadie detiene y se hace huracán. ¿Qué cultura política necesitamos para construir una mínima democracia, cuyo punto de partida son intereses diferentes atrapados en un mismo modelo económico?
Sin duda, el manejo político actual nos lleva a la crisis política crónica y la paralización del país. Por ello, urge parar esa espiral que se extiende a las calles, redes sociales y plazas donde fluyen los insultos y los sillazos.
En 1997, el proceso se inició proponiendo una ciudad para todos, una ciudad de iguales, incluyente y sensible al clamor popular por la democratización, la garantía de libertades y derechos; 18 años después, el rumbo anda perdido y las candidaturas han optado incluso por convertirse en opositoras de su propia obra, para sobrevivir a la incongruencia.
Ante eso, la propuesta de compartir en público el comer y saludar busca transmitir lo contrario a la violencia. No es la solución, claro está, pero sí demostrar que el problema se entiende y hay necesidad de pararlo, cambiando la cultura política que hoy tenemos.
Comer juntos ante la sociedad se convierte en una conspiración contra la política actual de la polarización y el bajo nivel del debate electoral. Obliga al mensaje a la sociedad no solo a los opositores, obliga a conducirse proponiendo y no solo descalificando por estrategia; obliga a ir sustituyendo el clientelismo por el convencimiento de la mejor política.
No es para envenenarnos unos a otros, sino para mojar las palabras mediante la razón y hacerlas convencimiento. Es para tomar altura y estar al nivel de la gran ciudad diversa y multicultural que busca y necesita un buen gobierno, con visión hacia el futuro.