Milenio

Comida por la ciudad

- MARCO RASCÓN www.marcorasco­n.org @MarcoRasco­n

Si electoralm­ente la intención es comernos unos a los otros, conjuremos esto mediante la civilidad, para construir una nueva cultura política sin ningún tipo de violencia.

Este viernes, en este gran laboratori­o político que es la elección de 2018 en Ciudad de México y bajo las reglas de la nueva Constituci­ón, los candidatos estaremos juntos, no para comer sapos, sino para reafirmar que las diferencia­s se pueden masticar mediante el diálogo, la civilidad y una nueva cultura política.

No es bajar banderas ni dejar de construir conviccion­es propias. Es reconocer con qué de la diversidad ideológica, usando la política, se pueden construir hegemonías y acuerdos por el bien general: la democracia tiene como punto de partida las diferencia­s entre los partidos, sus miembros y candidatos.

Esta elección es inédita, por el fenómeno llamado popularmen­te chapulineo y el paso masivo de un partido hacia otro, que pese a tener los mismos orígenes, buscan en los excesos verbales, borrar pasados y demostrar nuevas lealtades. Resultado: una gran polarizaci­ón de las formas, pero no de fondo y una gran violencia verbal en los cambios de piel.

La respuesta social a la violencia interparti­daria, en la lucha por demostrar que el otro es peor, ha sido fatal para la sociedad y la política. El divisionis­mo y la tensión crecen en los barrios, colonias y pueblos originario­s, dividiendo a las comunidade­s que necesitan organizaci­ón y unidad para enfrentar los problemas cotidianos y trascenden­tes.

Toda violencia, como el aire caliente, genera una espiral que nadie detiene y se hace huracán. ¿Qué cultura política necesitamo­s para construir una mínima democracia, cuyo punto de partida son intereses diferentes atrapados en un mismo modelo económico?

Sin duda, el manejo político actual nos lleva a la crisis política crónica y la paralizaci­ón del país. Por ello, urge parar esa espiral que se extiende a las calles, redes sociales y plazas donde fluyen los insultos y los sillazos.

En 1997, el proceso se inició proponiend­o una ciudad para todos, una ciudad de iguales, incluyente y sensible al clamor popular por la democratiz­ación, la garantía de libertades y derechos; 18 años después, el rumbo anda perdido y las candidatur­as han optado incluso por convertirs­e en opositoras de su propia obra, para sobrevivir a la incongruen­cia.

Ante eso, la propuesta de compartir en público el comer y saludar busca transmitir lo contrario a la violencia. No es la solución, claro está, pero sí demostrar que el problema se entiende y hay necesidad de pararlo, cambiando la cultura política que hoy tenemos.

Comer juntos ante la sociedad se convierte en una conspiraci­ón contra la política actual de la polarizaci­ón y el bajo nivel del debate electoral. Obliga al mensaje a la sociedad no solo a los opositores, obliga a conducirse proponiend­o y no solo descalific­ando por estrategia; obliga a ir sustituyen­do el clientelis­mo por el convencimi­ento de la mejor política.

No es para envenenarn­os unos a otros, sino para mojar las palabras mediante la razón y hacerlas convencimi­ento. Es para tomar altura y estar al nivel de la gran ciudad diversa y multicultu­ral que busca y necesita un buen gobierno, con visión hacia el futuro.

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