¿Por qué el PRI no hacía elecciones?
Hace más de 30 años, platicando con mi amigo Manuel Aguilera, le pregunté por qué no hacía elecciones el PRI, si seguramente resultaría triunfador. No recuerdo exactamente su respuesta. Lo cierto es que en 1991 el PRI, bajo la dirección de un equipo compuesto por Manuel Camacho, el propio Aguilera y Marcelo Ebrard, derrotó al PRD en el Distrito Federal. Fue una hazaña. Si se tomaba como punto de partida lo ocurrido en 1988, donde el PRI fue arrasado por el FDN en la capital y en otros estados del sur, a tal grado de que por ello “se le cayó el sistema “a Manuel Bartlett, aterrado porque supuso que era el anticipo de lo que ocurriría a escala nacional.
Hoy estamos ante una posible victoria avasalladora de Morena, no solamente en las presidenciales sino incluso en las del Legislativo federal, en buena parte de las de gobernadores y en muchos municipios y alcaldías.
Se ha escrito mucho que ello obedece a la gran capacidad de AMLO para atraer el hartazgo contra el llamado PRIAN. Considero que es una parte de las causas de esa probable aplanadora.
Introduzco aquí otro factor quizá tan importante como el hartazgo, me refiero a la hegemonía prevaleciente en una inmensa parte de la sociedad, de los “principios del nacionalismo revolucionario” .
Dicho en términos de siglas el PRIMOR tiene una mayoría frente al PRIAN.
Visto así no es tan extraña la encuesta de Reforma que le da 52 por ciento a AMLO.
Lo que sería una paradoja muy extraña: el inmenso descontento contra el PRIAN traería la restauración del PRIMOR. Sin afán reduccionista sería una forma de consumar un regreso del PRI de los años 70, con su paternalismo estatista, un keynesianismo de huarache y su demagogia nacionalista y tercermundista.
El desprestigio del neoliberalismo es inmenso. Combinado con una fuerte dosis melancólica, que a mira el pasado como algo que hay que recuperar. Porque vivíamos el Milagro Mexicano.
No me parece suficiente explicarse todo el fenómeno electoral de Morena, en el mesianismo de AMLO y su indiscutible capacidad para dirigirse al pueblo y mostrarse como uno más, por su lenguaje y sus sistemáticas consignas contra la mafia del poder.
Es hora de imaginar qué retos siguen. M