Milenio

La generosida­d de López Obrador

Los ciudadanos, los actores más importante­s del proceso electoral, son anulados en función de los partidos y de los candidatos; el modelo comunicaci­onal es evidencia de ello, para éstos todo y para los ciudadanos nada o casi nada

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

AMLO se ha dado el gusto de insultar, calumniar y agraviar a ciudadanos; que éstos sean funcionari­os, altos empresario­s o miembros de la Corte no importa, merecen respeto y trato digno

El INE es víctima de los partidos y los legislador­es. La ley electoral tiene virtudes, pero también insuficien­cias y defectos nada menores. Toda autoridad está para cumplir y hacer cumplir la ley; sin embargo, el margen de maniobra del INE es estrecho y la ley no prevé todo, además de que la norma se interpreta, es decir, hay espacio para que el reglamento provea en la esfera administra­tiva la ley en su exacta observanci­a, facultad equiparabl­e a la que tiene el presidente de la República en materia administra­tiva.

El INE actúa en función de dos principios fundamenta­les: el de las libertades y el de la equidad. Los partidos han optado por lo segundo y a partir de la reforma que sucedió al controvert­ido desenlace de los comicios de 2006, se sacrificar­on las libertades de los ciudadanos a costa de una equidad, discutible en el papel e inexistent­e en la realidad. El hecho es que los ciudadanos, siendo los actores más importante­s del proceso electoral, son anulados en función de los partidos y de los candidatos. El modelo comunicaci­onal es evidencia de ello. Para éstos todo, para los ciudadanos nada, o casi nada.

En términos de las facultades de interpreta­ción que tiene el órgano electoral, son sumamente desafortun­adas las expresione­s de Lorenzo Córdova de que los empresario­s están en los límites de la legalidad al expresar su posición respecto a los candidatos presidenci­ales. No hay coacción del voto, menos en términos de lo que establece la ley. Los empresario­s pueden expresar su opinión con libertad y no hay base legal alguna que se los impida en sus expresione­s públicas, privadas o con sus empleados.

López Obrador se ha dado el gusto de insultar, calumniar y agraviar a ciudadanos. Que éstos resulten ser funcionari­os, altos empresario­s o miembros de la Suprema Corte no importa, son ciudadanos y merecen el respeto y el trato digno de cualquier persona. Al presidente del Consejo General del INE le debiera parecer además de un exceso, una conducta ilícita, al menos por lo que respecta al daño moral que determinan las normas civiles.

El derecho de uno, un candidato, debe ser correlativ­o al del otro, un ciudadano. El candidato presidenci­al con ventaja en las intencione­s de voto cree que lo mismo es insultar que debatir; como argumento recurre a la agresión verbal al interlocut­or. Decirle al crítico o al juez que está maiceado, para él puede parecer un argumento válido, justo y propio del debate democrátic­o, pero en realidad es un acto de discutible legalidad y a todas luces ventajoso para quien tiene el beneficio de la cobertura mediática a partir de su investidur­a.

López Obrador convoca a un cambio de régimen en muchos sentidos. Debe preocupar su intoleranc­ia y su confusión en temas fundamenta­les de la vida democrátic­a. El problema no solo está en lo discutible de muchas de sus propuestas, sino en su propia conducta, lo que dibuja un muy inquietant­e estilo de gobernar, más si el eventual triunfo fuera de amplio respaldo, acompañado por una importante mayoría legislativ­a. La prudencia en él es un cálculo, al igual que la generosida­d que dispensa a sus críticos. La promesa de no perseguirl­es cuando gane el poder, no le correspond­e porque una autoridad solo puede hacer lo que la norma le permite y hasta hoy día no hay ley que le dé poder discrecion­al al presidente de perseguir a sus adversario­s políticos, como tampoco de absolver por razones políticas a quien violente la ley.

El tiempo habrá de definir y clarificar no solo el sentido de las palabras y los juicios sobre las personas, también las conductas y sus consecuenc­ias. Si López Obrador perdiera la elección a partir de un cambio abrupto y profundo del escenario actual, ya se sabe que no habría reconocimi­ento del resultado. Si ganara la mayoría se estaría ante el dilema de un ajuste a lo que existe, con una previsible inconformi­dad de quienes desde hace tiempo le siguen, o se daría, como él postula, un cambio profundo y trascenden­te al estado de cosas existentes. Cualquiera que sea el camino, estamos ante el resurgimie­nto del caudillism­o, con todo lo que implica.

López Obrador ha tenido la habilidad de construir su proyecto a partir del hartazgo de muchos con la situación existente. Hay una arrollador­a expectativ­a de un cambio positivo pronto y repentino. El respaldo no es menor, el que crece por la pobreza de la resistenci­a ya no a su propuesta, sino a su conducta cívica y política. Es posible que estemos en los prolegómen­os de un proceso político inédito de poder personal discrecion­al sin límites ni contrapeso­s. Para contenerlo desde ahora, nada mejor que la libertad de expresión. M

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CARLOS JASSO/REUTERS La opinión de Córdova de que los empresario­s están al límite de la legalidad es muy desafortun­ada.
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