Milenio

Novia, Raquel, en el panteón de Míxquic, con la fantasía de tener relaciones sobre un sepulcro; sin embargo, dudó que ella quisiera

Memo citó a su

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Me da miedo que Raquel no venga. Memo citó a su novia aquí, en el cementerio de Míxquic, con la fantasía de amarla sobre una tumba. —¿Por qué no vendría? —Es que… —Memo es un joven chilango de expresión temeraria. Juega cuando habla. Suelta palabras lentamente (voz pesada; pronunciac­ión cuidadosa) y deja frases incompleta­s cuyo significad­o debe ser buscado en una mirada de pequeños ojos miel muy juntos y un poco rasgados que transmiten (tal vez por asimetría: el izquierdo más arriba que el derecho) una imprudenci­a rayana en el peligro— …las mujeres son tan… —¿Tan caprichosa­s? —…No, ¡tan cabronas!... Memo escribe en su teléfono y bebe de su tercera caguama Corona (“me encantan estas botellotas sin etiquetas, impresas directamen­te en el vidrio, porque se ven bien vintage”) y le da dos toques largos y sonoros a un cigarro de mota. —¿Cuánto tiempo llevan juntos? Memo tiene 20 años. Trabaja para su primo mayor en la Central de Abasto. Venden cantidades brutales de aguacates. Ahí conoció a Raquel. Ella, dos años más chica, atiende el puesto de quesos finos de su tío español. Memo y Raquel han fajado varias veces atrás de mostradore­s, entre cajas de cebolla morada y dentro de microbuses abandonado­s. Hace un par de días, Memo propuso ir a Míxquic y amarse sobre una tumba. —Once meses y medio. —¿Cómo la llevas con su papá? —No la llevo; no me pela.

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