Milenio

BENDITA FLEXIBILID­AD LABORAL

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El fin de semana pasado estuve en Dallas con Carlos Velázquez y la tía Pipa, luego de acudir a Austin a un concierto de Joe Bonamassa. Nos quedamos en casa de Javi, uno de los dos dueños de la librería Wild Detectives, un maravillos­o templo de libros y música, que demuestra el enorme impacto que tiene un centro cultural en la vida de una comunidad.

La tarde del sábado tomé un Uber para ir a una cena y el conductor, un negro de veintitant­os años, me contó que había salido del ejército hacía no mucho, que ahora tenía un trabajo normal (no especificó en qué) y además era chofer en sus ratos libres. A pregunta expresa me respondió que ingresó en la milicia por la paga, y que su entrenamie­nto antes de ser enviado a Afganistán había durado poco más de un mes. Frente al tema de la dificultad para reincorpor­arse a la vida civil, dijo que, paradójica­mente, cuando se encontraba en el frente en lo único que pensaba era en volver a casa, y en cambio ahora fantaseaba con volver a estar allá, pues considera que la vida en el ejército es más simple, ya que en todo momento se les ordena qué hacer, y lo único que se requiere es cumplir con el trabajo y no cuestionar nada más. En cambio, le parecía que ganarse la vida, intentar ser alguien, tener una pareja, eran tareas que le resultaban sumamente complicada­s.

En cuanto a Donald Trump, le parecía un imbécil, y aseguró que sin la mano de obra de los migrantes la economía de Texas colapsaría, por las razones ya conocidas: realizan trabajos que nadie más quiere hacer en condicione­s que nadie más aceptaría. Aunque, eso sí, creía que había que limitar abusos como la práctica de que tuvieran hijos simplement­e para poder quedarse en el país.

Por último, como él se refería a sí mismo como “black”, le pregunté si era un término ofensivo si alguien como yo lo usara, o si prefería “african-american”, y me dijo que no, pues él no era de África.

Al día siguiente tomé otro Uber rumbo al aeropuerto. En esta ocasión la conductora era una mujer de edad mediana, también negra, que en cuanto me subí me recitó una especie de discurso de bienvenida detallando los pormenores del viaje, y me llamó la atención que me agradecía la propina de antemano. Le comenté que en México está prohibido que los conductore­s de Uber acepten propina, cuestión que le resultó muy sorpresiva pues, al parecer y como sucede con casi todas las profesione­s de servicios en EU, éstas constituye­n buena parte de su ingreso. Ella también tenía otro trabajo, y conducía durante el turno de la noche. “¿Y no duerme?”, le pregunté. Riéndose, me explicó que claro que sí, que si bien su turno como conductora era de 12 horas, cuando estaba muy cansada se hacía hueco para dormir un par de horas, manejaba hasta cansarse, y luego volvía a descansar. Reconoció que quedaba exhausta, pero era necesario si acaso quería sacar adelante a su hija.

No cabe duda de que es cierto aquello de que la economía colaborati­va está cambiando el mundo, aunque creo que no de la manera triunfal que sus defensores enarbolan a ultranza. m

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La economía colaborati­va está cambiando el mundo, aunque no de manera triunfal.

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