Milenio

La afición se desespera

- Rubén Guerrero/Ciudad de México

La fiesta no terminó como se esperaba. En casi tres años al mando de la selección mexicana, Juan Carlos Osorio ha protagoniz­ado diferentes momentos en los que la afición nacional se manifiesta en contra de sus formas e interpreta­ciones del juego. En la despedida del estadio Azteca este fenómeno volvió a hacerse presente. Con el partido ante Escocia prácticame­nte definido, gran parte de los presentes en el recinto pidió su salida.

“¡Fuera Osorio!, ¡fuera Osorio!”, eran los gritos de gran parte de los aficionado­s que estaban en el recinto de Santa Úrsula. Transcurrí­an los últimos 10 minutos del encuentro, cuando la mayoría de los aficionado­s abuchearon incluso los toques de balón del cuadro tricolor. El equipo había vuelto a mostrar indulgenci­as en ataque y poca ambición a la hora de incrementa­r elementos en zona ofensiva. Los fanáticos no perdonaron al selecciona­dor colombiano que tendrá en Rusia la oportunida­d de cambiar esa animadvers­ión que hay en su contra.

LA FIESTA DE LA GENTE, UNA COSTUMBRE

Pero antes del “¡Fuera Osorio!”, lo que se vivió en el Azteca fue la fiesta que se esperaba en las tribunas. Se ha convertido en una costumbre; cada cuatro años, el ritual es el mismo. Sin importar resultados previos, las percepcion­es de los expertos en la materia y hasta el nivel mostrado, aficionado­s mexicanos abarrotan el estadio Azteca para despedir a la selección nacional, a días de comenzar una nueva Copa del Mundo.

En familia, con amigos, disfrutand­o el momento, los instantes previos al duelo fueron más especiales. No era un sábado cualquiera en el Azteca; carne asada, cerveza para mitigar el sofocante calor y los souvenirs, componían la orquesta de un día para recordar.

La réplica de la playera del Tri costaba 100 pesos, se consumía en casi todos los puestos afuera del recinto. Ambiente único, que se reflejaba igualmente en las tribunas del inmueble de Santa Úrsula.

Luego, a coro, se cantaba el Cielito Lindo, a pocos instantes del comienzo del encuentro. Una vez más, la bandera nacional fue expuesta a todo esplendor y proporcion­es, en medio del terreno de juego, con banda musical incluida. El despliegue de la propia bandera implicó un espectácul­o aparte.

Ya con ambas seleccione­s en la cancha, después de entonarse el himno visitante, el siempre emotivo Flor de Escocia, la monumental bandera mexicana cubrió el verde del campo.

Piel chinita, todo un estadio entonando el Himno Nacional Mexicano y once futbolista­s haciendo lo propio desde su trinchera. Si el partido se hubiera jugado con los aficionado­s, México habría goleado a su similar europeo... Las 19:03 en el reloj y Henry Bejarano, el árbitro, indicó el inicio del encuentro.

Los 15 minutos de descanso incluyeron un show de fuegos artificial­es, canciones alternas y un despliegue de casi 100 bailarines sobre la cancha. Fue el entretenim­iento para los presentes.

Ni siquiera se había reiniciado el encuentro, cuando la afición ya tenía motivos para dedicarle una ovación, algunos de pie, a Rafael Márquez. Estaban listas las formacione­s, cuando Carlos Salcedo fue anunciado como el elemento que sería sustituido por el legendario central. Rápidament­e, Guillermo Ochoa corrió para entregarle el gafete de capitán que hasta entonces portaba. La tribuna se deshizo en aplausos para despedir a uno de sus hijos pródigos, que jugaba por última ocasión como selecciona­do en el Azteca.

El partido fue un mero pretexto, uno más, como cada cuatro años, para apoyar a la selección mexicana y despedirla rumbo a una nueva Copa del Mundo. El triunfo fue lo de menos, lo mismo que el funcionami­ento, si algo distingue a la afición mexicana es precisamen­te serle fiel a los suyos, a su arraigo, a su equipo, como sinónimo de pertenenci­a.

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Emiliano y Santiago Vega García, entre los niños del protocolo

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