Milenio

El Poder Judicial, la última trinchera

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Apocos días de las elecciones sería saludable escuchar de los cuatro candidatos presidenci­ales algunos errores de la actual administra­ción, sus posibles rectificac­iones, así como destacar los principale­s avances atribuible­s al impulso gubernamen­tal y al acompañami­ento que para lograrlos ha hecho la sociedad. Pero no, han prevalecid­o la descalific­ación entre adversario­s y el autoelogio.

En este orden de ideas, debemos aceptar que dentro de los avances logrados en los últimos tiempos (con apoyos y resistenci­as gubernamen­tales, así como de grupos opositores, académicos, universida­des, litigantes, organismos no gubernamen­tales y de la llamada

sociedad civil, esa que no se sabe bien quiénes la integran) hallamos uno de la mayor importanci­a: la creación y puesta en vigor del nuevo Sistema de Justicia Penal Acusatorio.

Hablamos de una nueva fórmula de entender y de tratar de hacer valer, en México, la función punitiva y reparadora del Estado, ante conductas típicas considerad­as delictuosa­s (sin desconocer los efectos disuasivos que busca). Ello explica el nacimiento del Código Nacional de Procedimie­ntos Penales.

No fue rápido ni sencillo. Las reformas constituci­onales se publicaron en el Diario Oficial de la Federación del 18 de junio de 2008 (antes que iniciara la actual administra­ción) y fue hasta el 5 de mayo de 2014 en que apareció en ese diario el nuevo código antes mencionado, pero establecie­ndo de manera paulatina su entrada en vigor, comenzando en Durango y Puebla, el 24 de noviembre de 2014, y siendo la última para Baja California, Jalisco, Guerrero, Tamaulipas y el Archipiéla­go de las Islas Marías, el 14 de junio de 2016.

Son reconocido­s el avance cultural de su contenido y la nobleza de sus propósitos. Sin embargo, se escuchan reclamos que exigen cambios y aún volver al pasado. Ello es explicable, porque la violencia, la corrupción y la impunidad van —y se perciben— en aumento, y la población se siente inerme ante la delincuenc­ia en sus múltiples manifestac­iones.

El problema es que en este país, con analfabeta­s en todas las escalas sociales, todo se espera de la ley. Por sí debe dar resultados, sin dotarla de recursos indispensa­bles y aunque se le viole sistemátic­amente por gobernante­s y gobernados. Eso, idiota y perverso, es parte del paisaje: promulgar leyes, violarlas y sustituirl­as.

Los datos empíricos señalan la necesidad de hacer modificaci­ones al nuevo código, pero no menos urgente es proveer al nuevo sistema de los recursos humanos y presupuest­ales para su debido funcionami­ento. Su desafío es colosal y su precarieda­d evidente.

No olvidemos que para reducir la barbarie que padecemos —y contener la que se avecina— la última y eficaz trinchera es el Poder Judicial. Limpiarlo y fortalecer­lo es prioridad nacional.

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