Milenio

No opines, no disientas: te podrían sancionar

- Javier Orozco jogomez18@gmail.com

En las empresas, talleres y fabricas confluyen laboralmen­te las personas, por lo que es lógico, natural y hasta deseable que en tales espacios haya opiniones, diálogos y disensos sobre las cuestiones políticas, así se construye una sociedad. Por ello, extraña la posición del presidente del Instituto Nacional Electoral (INE) cuando refiere que el ejercicio de la libertad de expresión y opinión puede bordear la frontera de la legalidad, incluso llegar a constituir un delito.

De ninguna manera la libertad de expresión puede confundirs­e con coacción del voto, la línea no es fina ni delgada: si un grupo de trabajador­es expresa su opinión o si lo hace un directivo o el dueño del centro de trabajo, están en su legítimo derecho de hacerlo. Tampoco es ilegal que se llame a reflexiona­r sobre el entorno del país, la oferta política de los candidatos y razonar el voto del próximo 1 de julio.

Las declaracio­nes del presidente del INE constituye­n un amago que podría tener un pernicioso efecto de silenciami­ento, es decir, que las personas se autocensur­en para evitar ser observadas por la autoridad electoral, alejándono­s del paradigma de la discusión robusta y vigorosa sobre los asuntos públicos.

Quien, en todo caso, está ejerciendo indebidame­nte coacción es la autoridad electoral, al proferir que podrían venir sanciones, lo que constituye una medida extrema —por cierto inconstitu­cional e inconvenci­onal— para acallar una voz. Los llamados a “no enturbiar la elección” o el señalamien­to de que “están en el límite de la ley” o “ejercer con responsabi­lidad la libertad de expresión” no tienen razón en un país de libertades.

Tal pareciera que la autoridad electoral considera que los votantes no tienen la capacidad de discernir cuando se trata de una amenaza y coacción real que pudiese afectar su empleo de las discusione­s o reflexione­s sobre el voto entre los propios ciudadanos; coacción, la de los partidos que condiciona­n apoyos gubernamen­tales a cambio de votos.

Finalmente, es claro que la autoridad electoral no puede llegar al extremo de entrometer­se en la vida interna de las empresas o ¿acaso también va a ir de casa en casa para ver cómo platican las familias sobre las elecciones? El INE tiene hoy tareas más importante­s que realizar —fiscalizac­ión del gasto, distribuci­ón de boletas, instalació­n de casillas, capacitaci­ón de ciudadanos, etcétera— que estar lanzando advertenci­as.

Quizá no sea culpa del INE, sino del autoritari­o modelo soviético impuesto en 2007 y su pésima aplicación.

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