Milenio

PARAN RESCATE POR MAL TIEMPO

El chofer recogió a todas las personas que pudo, sin ayuda de ninguna autoridad ni control, cuando la lava estaba ya cerca de arrasar el poblado

- Pedro Domínguez, enviado/Ciudad de Guatemala

Aura y el providenci­al autobús que salvó a su familia

Los sobrevivie­ntes del Volcán de Fuego corrieron con suerte. No fue una evacuación controlada la de sus comunidade­s, ni ayuda de una autoridad. Cuando la lava estaba por alcanzar el poblado, un autobús pasó y recogió a todos los que pudo. Muchos que no se dieron cuenta o no alcanzaron el vehículo, murieron.

Aura Larios cuenta desde la Escuela Oficial Urbana del municipio de Escuintla que al salir de su casa vio gente corriendo, quemada por el material volcánico y desesperad­os buscando a su familia. Ella y sus parientes lograron correr a tiempo. “Llegó mi esposo a decirme que saliéramos porque ya venía la lava muy cerca y salimos. Cuando salí a la calle vi a la gente quemada, huyendo en moto, llorando amargament­e, pidiendo auxilio”, explicó. Ella y trece familiares más son parte de los mil 100 damnificad­os que están refugiados en la escuela. Antes vivía cada familia en su casa, pero ahora comparten lo que era un salón de clases.

Ahí, sobre colchoneta­s duermen, comen y platican. También esperan noticias de su comunidad pues los hombres van a diario a la zona de emergencia. Y aunque intentan hacer su vida normal, su cara refleja la incertidum­bre del futuro. “Sentimos nuestro hogar porque no es igual a estar en nuestra casa, pero de ver el peligro de lo que sucede, estamos aquí”, insistió.

Las últimas cifras oficiales marcan más de un millón 700 mil afectados, 12 mil 200 personas evacuadas y se mantienen 15 comunidade­s en alerta máxima. El gobierno de Guatemala habilitó 21 albergues para ayudar a los damnificad­os, donde hasta ahora se atiende a tres mil 655 personas. El albergue más grande es el de la escuela oficial. “Les estamos ofreciendo dónde dormir, alimentaci­ón, y todas las ayudas que puedan recibir las estamos brindando... No sabemos todavía hasta el momento cuánto tiempo más vamos a estar funcionand­o, pueden ser quince días, un mes, tres meses, destacó María Contreras, coordinado­ra del albergue, donde la vida pasa lento.

Los adultos intentan tranquiliz­ar a los niños, pero son los voluntario­s los que les hacen la vida más fácil. Algunos les hablan de Dios, otros van a ayudar en lo que la gente necesite. Pero los niños son los que mejor la pasan.

Hay jóvenes que les ponen juegos, también llegan payasos que les hacen olvidar por unos minutos la devastació­n y la muerte que invadió súbita- mente sus vidas. Los jóvenes se entretiene­n ayudando, bajando víveres, cargando garrafones de agua y descargand­o camiones. Cuando las labores terminan, la canchita de futbol de la escuela es el refugio. Otro escondite frente a la tragedia. “Venimos a ayudar un rato, luego nos vamos a distraer, como que no está pasando nada y luego ya nos venimos a jugar”, contó José Ángel Méndez antes de iniciar el segundo partido del día.

El futbol, una escapatori­a

Y es que el futbol para los muchachos es una escapatori­a, aun cuando el día de la explosión del volcán también estaban en una cancha, lejos de sus casas. Esa coincidenc­ia los benefició y salieron ilesos, pero a la vez quedaron incomunica­dos de sus familias hasta que se reencontra­ron en el albergue.

Entre las patadas y el balón, los recuerdos están presentes. “Tronó el volcán, se escuchó muy fuerte cómo reventó. Ya vimos como venía bajando la nube negra. Todos corrimos, queríamos regresar a la aldea y yo ver a mi mamá pero ya no lo logré; todos bajaban corriendo, ya estaba muy peligroso. Decidimos correr hasta Escuintla y ya ahí vimos a la familia en el salón municipal”, recordó José Ángel.

Y entre tantas actividade­s y el ir y venir de gente, los damnificad­os esperan. Esa es la actividad que los mantiene en vilo, solo esperar. Todos ansían el momento en que un milagro les permita regresar a sus comunidade­s, aunque tengan que empezar de cero. Pero lo más doloroso es para los que tienen esperanza de que sus parientes desapareci­dos estén en algún lugar todavía con vida. “Mucha gente perdió la vida, se quedó sin techo y nosotros ya no vamos a tener ese gozo que teníamos en nuestro corazón de estar en ese pedacito, aunque sea casita humilde pero tranquilos, hoy ya no, se acabó ese gozo”, reflexiona Juana García.

Mientras tanto, en un gesto de solidarida­d del pueblo de Guatemala, toneladas de víveres y ropa llegan a Escuintla. Al menos esa seguridad tienen los damnificad­os, no están solos en la tragedia. m

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Varios damnificad­os de la erupción del Volcán de Fuego, en la Escuela Oficial Urbana de Escuintla, habilitada como albergue.

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