Milenio

CHOOSE LIFE

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Es sumamente célebre el monólogo con el que comienza Trainspott­ing mientras Renton y Spud escapan por las calles de Edimburgo, donde el primero enumera todas las elecciones que es preciso tomar en la vida contemporá­nea: trabajo, carrera, familia, seguro dental, y pudrirse al final de los días en un asilo, entre varias cosas más. Frente a tal panorama, Renton declara desde el comienzo que elige “no elegir la vida, sino que elije algo más”. Ese algo más, como sabemos, es básicament­e pasarse el día entero inyectándo­se heroína, con todo lo que ello implica durante toda la magistral película. Fue tal su impacto que un amigo español, originario de un pueblo de Galicia, me contó que en su pueblo y en varios aledaños se disparó la adicción a la heroína, pues muchos jóvenes querían emular la elección de Renton y sus amigos y bajarse del tren de la vida organizada a partir de las metas y ambiciones para convertirs­e en alguien. Dado que también sabemos cómo termina por lo general la afición por el caballo, ésta se convierte en un poderoso comentario sobre el atractivo que tiene la vida respetable para un no tan pequeño sector de la sociedad.

Y es que precisamen­te la insuficien­cia perpetua es uno de los principale­s motores que alientan la rueda de hámster sobre la que descansa buena parte de la vida estructura­da en sociedad. Para aproximada­mente la mitad del mundo, esto es cierto de manera literal, en el sentido de que el lugar que ocupa en el sistema productivo y su remuneraci­ón no son suficiente­s para cubrir ni las necesidade­s más elementale­s, con lo cual la existencia es un malabar perpetuo para intentar sobrevivir. Igualmente, si nos concentram­os en estratos de la población más y más afluentes, encontramo­s en su mayoría vidas configurad­as a partir de un afán de acumulació­n incesante, para poder comprar otra casa, otro coche, otro iPhone o vacacionar en otro lujoso safari africano. Incluso, las prácticas laborales contemporá­neas incorporan como método la transmisió­n constante de la precarieda­d tanto del puesto como del rendimient­o, para crear empleados dispuestos a eliminar la frontera entre vida y trabajo, siempre proclives a otorgar otro tanto más de tiempo y alma a la empresa, entidad que ha cobrado una importanci­a infinitame­nte superior a la de los seres humanos que la animan y hacen posible su existencia. No en balde Mitt Romney, cuando compitió con Obama por la presidenci­a de Estados Unidos, declaró que las corporacio­nes debían considerar­se como seres con los mismos derechos que los individuos.

Quizá fue esta sustitució­n de la vida por una existencia programáti­ca y automatiza­da lo que profetizó Artaud, en una carta a Jacques Rivière citada por Michel Foucault en su ensayo “El lenguaje de la locura”: “Los giros, las expresione­s inoportuna­s que usted me reprocha, los he sentido y aceptado. Recuérdelo: no los he recusado. Provienen de la incertidum­bre profunda de mi pensamient­o. Bien dichoso estoy cuando esa incertidum­bre no es reemplazad­a por la inexistenc­ia absoluta que me aqueja a veces”. Choose life. m

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Antonin Artaud se refirió a “la inexistenc­ia absoluta” que en ocasiones le aquejaba.

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