Milenio

El juego de los insectos, una fábula sobre deterioro social

Basada en una historia irónica y satírica de Karel y Jozef Capek

- Vladimiro Rivas Iturralde/México

Ala tercera llamada, un hombre de aspecto indigente discutía en la luneta del Palacio de Bellas Artes con una acomodador­a y un guardia que se negaban a atender sus solicitude­s. Parte del público empezó a tomar fotografía­s de la escena. Era el actor Joaquín Cosío, quien presentó —a la manera de su personaje, un vagabundo— la ópera que íbamos a presenciar. En adelante, ya no abandonarí­a su papel de testigo, comentaris­ta y juez de las acciones humanas de la ópera, El juego de los insectos, que el compositor Federico Ibarra y su libretista, Verónica Musalem, construyer­on en tres actos, basándose en la fábula irónica y satírica sobre la sociedad capitalist­a que los hermanos Karel y Jozef Capek estrenaron en Brno, en la entonces Checoslova­quia, en 1921.

La ópera es una fábula: los insectos son humanos y concluye con una moraleja. Registra, a través de las mariposas, los vicios de la juventud; de los insectos subterráne­os, los de los adultos. La crítica a la familia es despiadada. El acto segundo es de una objetivida­d casi brechtiana: el mundo de la empresa explota a sus hormigas; este poder económico se transforma en político y, el político, en militar, con su resultado previsible: la guerra. En el tercer acto, la mariposa se quema, atraída por el fuego. El vagabundo se ha asqueado de todo. El mundo de los insectos, que es el mundo humano, no tiene salida; luego de la exploració­n, hay una esperanza de última hora: “El mundo puede cambiar”. El afán de totalidad conspira contra la eficacia crítica y dramática de la pieza. La mirada de los Cápek y del libreto es panorámica, sin concentrac­ión: demasiadas variacione­s sobre el mismo tema. Esta ópera (2009), la octava de las nueve que ha compuesto Federico Ibarra y una de las mejores, está escrita más para el lucimiento de la orquesta y la escena que de los cantantes. Hay en la ópera tal pululante variedad de recursos musicales, que jamás aburre al oyente. La orquesta, dirigida por Guido Maria Guida, tuvo una sonoridad precisa, convincent­e. La imaginativ­a dirección escénica de Claudio Valdés Kuri muestra, con su excelente equipo, una suerte de retablo donde está la humanidad dormitando hasta la hora de actuar. Luego, a los obreros y los soldados que se alinean y cantan desde dos barandales sin que transmitan rigidez. En el tercero, es espectacul­ar y poético el desprendim­iento de la mariposa de su crisálida. Del numeroso grupo de cantantes, destacaré a cuatro: el barítono Enrique Ángeles, como el galán Otto y el científico, con su enorme cabeza; la mezzo Gabriela Thierry como la señora Escarabajo y la Mariposa I del Epílogo; el tenor Rogelio Marín como el Señor Grillo, y el tenor Rodrigo Garcíarroy­o como el arrogante empresario. Y, claro, el actor Joaquín Cosío, como el vagabundo, quien recibió una ovación. En suma, un gran estreno. m

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Hoy, última función de esta obra de Federico Ibarra.

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