¡Riiiiiing, riiiiiing! ¡Riiiiiing, riiiiiing!
De dormir imposible por evasivo como por culpa del inquieto sofá o ante la computadora vacía pero delirante, es decir con la mente inmersa cada noche, y a cualquier hora de las 24 del día, en el infinito volteadero del insomnio, esa pesadilla a ojos abiertos, enrojecidos y vanamente parpajosos (sí, se debió escribir parpadeantes pero parpajosos parece describir mejor el fenómeno), he aquí que el cronista está intentando contar borregos para ver si por fin un dios del sueño se apiada de tan sufrido pastor metafórico, y de pronto ¡riiing ring ring!, el intruso teléfono con un menso mensaje electoralista que se reiterará en más ringrings durante el resto del total horario, cambiando mínimamente de contenido y de una retórica suplicante o imperatosa, de tonos prosísticos lamentables, que invitan, incitan, excitan, a votar por tal o cual partido o candidato o licenciado ansiosos de obtener algún empleo en la nómina gubernamentosa, alguna manera de poder o podercito o jodercicio políticos, y rinríng y rinríng a cualquier hora como para enloquecer y querer apretarle la gargantuesca garganta al maldito teléfono y acordarse de la progenitora del tal Grahaham Bell que lo inventó en chingada chingadora hora, ese campanudo campanillante malhechor de la humanidad… la del cronista por lo menos. M