Estrategia, convivencia y respeto
Tommaso Gravante, originario del país de la “bota”, ha vivido en tres de los países más futboleros: Italia, España e Inglaterra. Es investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) y uno de los ganadores de la Séptima Competencia Mundial para Jóvenes Sociólogos.
El futbol, comentó, ha tenido desde sus inicios (durante la concepción británica victoriana, a mediados del siglo XIX) dos propósitos paralelos: uno político y otro pedagógico.
Sin duda, añadió, nos gusta imaginar que puede tener un carácter pacificador, como lo fue el “partido de la paz” en la Navidad de 1914, cuando, en plena Primera Guerra Mundial, los soldados alemanes e ingleses decidieron dejar esa noche las armas y jugar por algunas horas. Esto es muestra de que el futbol tiene la capacidad de crear historias e imaginarios, ya sea de paz o de guerra, que a su vez pueden ser utilizados para contribuir a un cambio social.
“El desprecio que tuvo Jorge Luis Borges u otros intelectuales por el futbol, creo que reside esencialmente en el uso que se hace de este deporte para fortalecer los nacionalismos, los fascismos o distintas ideologías”, subrayó.
El futbol abre espacios de convivencia entre países, pero no podemos pensar que sólo esta actividad sea un camino para llegar a la paz, precisó Felipe Garrido, académico del Centro de Enseñanza para Extranjeros (CEPE) y director adjunto de la Academia Mexicana de la Lengua.
Con 45 años de docencia, en los que editó a Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y a Miguel León-Portilla, Garrido fue también mediocampista seleccionado amateur. Sus compañeros de cancha a la postre estuvieron en la selección de la Copa del Mundo de México 1970: Carlos Albert, José Luis González, Miguel Mejía Barón y Javier ‘Chalo’ Fragoso, entre otros.
El universitario confesó que ha dejado de asistir a los estadios porque no entiende “esa animosidad con la que la porra se comporta. Por ejemplo, “ese grito de p…, cuando el portero contrario va a despejar, en una actitud no deportiva, es más un insulto que un grito amistoso”.