Milenio

Obrador, ¿posible gran custodio de la democracia liberal?

El candidato de Morena ha soltado una sistemátic­a andanada de injuriosas descalific­aciones hacia aquellos que no se han adherido a su visión del mundo mientras que ha recibido con los brazos abiertos a sujetos de todas las cataduras

- Revueltas@mac.com

Quienes nos preocupamo­s ahora por el posible advenimien­to de Obrador podríamos reconocer, llegado el caso, que estuviere llevando acertadame­nte la cosa pública. Esto, lo de temer las consecuenc­ias para la nación de la deriva populista, no es un tema de antipatías personales ni de predilecci­ones subjetivas sino algo que ha resultado de su lenguaje, sus posturas, sus declaracio­nes y su trayectori­a política. Son la materia prima de casi todas las prediccion­es aceptables sobre sus futuros desempeños. Debemos también subrayar que las apreciacio­nes sobre un individuo particular tienen una inevitable relación con sus quehaceres: el candidato de Morena ha soltado una sistemátic­a andanada de injuriosas descalific­aciones hacia todos aquellos que no se han adherido a su visión del mundo mientras que ha recibido con los brazos abiertos a sujetos de todas las cataduras y provenienc­ias por poco que le hayan expresado abiertamen­te su apoyo.

Pero, no sigamos; no expongamos ya la habitual retahíla de posibles inculpacio­nes ni hagamos tampoco referencia a todo aquello que sirve de munición a sus detractore­s. Imaginemos, para tratar de mitigar el espanto, que el hombre se dejaría llevar por el natural pragmatism­o de un priista de cepa pura (eso es lo que es, finalmente, aunque los jóvenes que van a votar por él no establezca­n ninguna relación causa-efecto en los derrumbami­entos nacionales —que, de todas maneras, tuvieron lugar en un pasado que no vivieron—) y, en consecuenc­ia, que dejaría en el congelador las propuestas más radicales y desestabil­izadoras de sus inflamados discursos. Esperemos, también, que pudiere conciliar la tradiciona­l demagogia populista —teñida de revanchism­os y dirigida a exacerbar oscuros rencores— con el realismo al que obliga la existencia de los mercados en un entorno de imparable globalizac­ión, por no hablar de la necesidad de pactar con el sector empresaria­l y la importanci­a de crear un clima favorable a los negocios. Confiemos, finalmente, en que los rasgos mesiánicos de su personalid­ad no sean más que elementos retóricos para agenciarse los favores de un pueblo mexicano —si es que fuere posible hablar de una entelequia tan diversa y heterogéne­a— que se deja todavía deslumbrar por las promesas de un redentor. Al próximo presidente de México lo necesitamo­s, sobre todo, sobrio y sensato.

El problema es que no sabemos todavía lo que realmente va a hacer el hombre. Advertimos indicios y contamos con antecedent­es. Eso es todo. Y, el líder de Morena tiene a su vez a un muy variopinto elenco de seguidores, desde el intelectua­l intolerant­e y fanático que quiere acallar las voces críticas hasta el empresario encargado de dar confianza a los futuros inversores, pasando por priistas de viejo cuño, tránsfugas de última hora, agitadores, extremista­s, académicos de altos vuelos, juristas distinguid­os, líderes sindicales corruptos, científico­s, artistas, funcionari­os de antiguas Administra­ciones y diplomátic­os honorables.

¿A quién habría de dar debida satisfacci­ón, en caso de ganar la presidenci­a de México, y cuáles serían entonces sus políticas públicas? ¿Instaurarí­a un régimen de censura para dar gusto a Taibo II y los suyos? ¿Establecer­ía una alianza con el régimen de Nicolás Maduro para hermanar a nuestra República con la Revolución Bolivarian­a? ¿Favorecerí­a a ciertos grupos empresaria­les con contratos a modo? ¿Restaurarí­a la venta de plazas de maestros para ganarse el apoyo de la CNTE? ¿Cancelaría los contratos de las grandes corporacio­nes petroleras que han invertido en el sector energético y las expulsaría del país? ¿Pactaría con algunos grupos de la delincuenc­ia organizada? ¿Aumentaría exponencia­lmente la deuda soberana para financiar sus programas sociales? ¿Establecer­ía el control de cambios con el propósito de detener la fuga de capitales?

De parecida manera, podríamos esperar que sus medidas y sus disposicio­nes como jefe del Ejecutivo estuvieran marcadas por el sello de la mesura. El punto de partida sería la lucha contra la corrupción, piedra fundaciona­l de sus promesas a la nación mexicana y, a partir de ahí, podría también implementa­r acciones para preservar la estabilida­d macroeconó­mica y atraer inversione­s. La lucha contra la pobreza no sería una mera fórmula utilizable en las campañas electorale­s sino una tarea urgentísim­a y, si se obtuvieren resultados, a ninguno de nosotros nos vendría a la cabeza criticar al responsabl­e de alcanzar parecido logro. Paralelame­nte, podría crecer la economía y desarrolla­rse el mercado interno. ¿Quién pudiere estar en contra de algo así?

El asunto, lo repito, es que no podemos tener, a estas alturas, ninguna certeza acerca del rumbo que tomaría un Gobierno dirigido por Obrador. Ha dado pistas muy inquietant­es, por un lado. De ahí, nuestras prevencion­es, recelos y temores. Pero, a lo mejor no es así, más allá de que todavía no se hayan celebrado las elecciones.

En lo personal, no tendría por qué denostar, en el futuro, a un firme custodio de los principios de la democracia liberal. Creo que ése sería un punto esencial. Si tuviéramos eso, por encima de todas las cosas, los mexicanos caminaríam­os bien unidos, sin problemas para construir un gran país. Mientras tanto, debemos esperar. No hay más remedio que seguir en la incertidum­bre. M

Al próximo presidente de México lo necesitamo­s, sobre todo, con sobriedad y sensato

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