Tres años salió de la cárcel y en la calle construyó un exterior privado para, oculto, poder rehabilitarse
Salomón masculla incomodidades. Hace
Aunque la casa se derrumbe (Punto de partida; 2018) de Ana Emilia Felker (Premio Nacional de Periodismo 2015 en Crónica) comienza en un testimonio y termina con un manifiesto. El testimonio sucede entre las paredes de un hotel de paso; el manifiesto está construido de cara al cielo abierto. Ambas exploraciones son los extremos de un libro en el que Ciudad de México asciende desde lo íntimo hacia lo comunal a través de una cronista con fascinación por ensayar sobre marginalidad.
Mientras camina sin dirección cerca de la Alameda, Salomón Martínez Torres masculla obsesivamente incomodidades. Hace tres años salió de la cárcel y en la calle construyó un exterior privado para, oculto, poder rehabilitarse. La demencia es un peligro que en la invisibilidad lo acecha. Mientras camina durante varias cuadras del Centro de las que no reconoce nada, Salomón repite con monótona voz muy suave cuánto lo molesta la idea de, si llegara a hacer calor, no tener dónde dejar su chamarra. Escuchar su propio sonido es su manera de no perderse.
En un departamento adaptado como plató frente a la Alberca Olímpica, Orquídea —cuarentona; cicatriz de cesárea bajo el tatuaje de un fénix— prende un incienso para disimular el ron en su aliento. A lo largo de hora y media recibe y desborda en una cama a tres hombres incapaces de sostener erecciones ante la hermosa voracidad en la manera en que arquea la espalda. Al fondo del cuarto, al lado de un gato que olisquea zapatos abandonados, El Triste, su esposo, la observa expulsar a presión por la vagina líquido cristalino (cinco milímetros) que se estrella contra