Milenio

EL IMPLACABLE MONOTEÍSMO

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SPara BB Queen i bien a nivel abstracto es posible comprender con facilidad una de las más famosas frases de Jung: “La religión solo puede ser sustituida por la religión”, un examen más concienzud­o revelaría que no podemos creerla de manera literal pues sus implicacio­nes derrumbarí­an sin remedio el propio templo conceptual. Para decirlo de manera más concreta: si le dijéramos a algún militante de un partido político, a un aficionado al futbol, a un empresario obcecado en acumular la mayor cantidad de dinero posible, o a un artista que ha supeditado toda su vida a la consecució­n del reconocimi­ento, que su conducta sigue las pautas de un comportami­ento religioso, probableme­nte reaccionar­ía airado, pues la meta a la que se consagra la vida aparece como una verdad secular, evidente por sí misma, que nada tiene que ver con el fanatismo de esos seres que creen en cosas intangible­s. Incluso la racionalid­ad de los empeños viene dada por el éxito que los valida: si uno es el hombre más rico del país (siempre es un hombre, por supuesto), cualquier esfuerzo implicado en conseguirl­o tiene que haber valido la pena.

En El silencio de los animales, John Gray postula que fue Cristo quien introdujo el concepto del fin de la historia (unos cuantos años antes que Francis Fukuyama), al postular el Día del Juicio Final, momento en el que acabaría el periplo de la humanidad aquí en la Tierra, donde conoceríam­os si pertenecem­os al bando que gozará de la bienaventu­ranza eterna, o si fuimos condenados a arder en las llamas del infierno por los siglos de los siglos, amén. Con anteriorid­ad el devenir colectivo se movía de manera circular, un tanto cíclica, pero el advenimien­to del juicio final introdujo un carácter lineal a la existencia, mismo que Gray ve reflejado de manera casi idéntica en la idea del progreso. Así, probableme­nte sin sospecharl­o, al morir por nuestros pecados Cristo introdujo el concepto de teleología como medida última de la vida humana.

En parte por eso nos resultan tan atractivas las narrativas personales de crimen, adicción, sadismo y locura, o las expresione­s artísticas que retratan de la manera más visceral posible fenómenos como el narcotráfi­co, la migración, la miseria y la violencia extrema. Entre muchas cosas, no solo sirven para recordarno­s que no somos como esos criminales o loquitos, sino que fungen como advertenci­a de lo que puede pasar si no orientamos el deseo según las normas prevalecie­ntes, que incluso ahora se permiten tolerar cierta diversidad, siempre y cuando no se atente contra los principios fundamenta­les del sistema. Principalm­ente en la época actual, el apartarse de la norma del éxito y la ambición desenfrena­da nos llevaría a correr el mayor peligro de todos: una vida menos rica en experienci­as que la del amigo de Facebook, o estar condenados a escribir punchlines menos virulentos o ingeniosos que el tuitero de al lado (que, por cierto, siempre tiene al menos un seguidor más). Pero, pensándolo bien, todo esto es bastante normal pues, casi por definición, el monoteísmo demanda adoración absoluta, y quizá ninguno tanto como el que está más en boga en la contempora­neidad: el culto fervoroso de uno mismo. m

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Carl Gustav Jung expresó: “La religión solo puede ser sustituida por la religión”.

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