Milenio

FUTBOL SIN FUTBOL

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“¡A TODOS LOS QUE QUIEREN Y AMAN EL FUTBOL!”: ÁNGEL FERNÁNDEZ.

No me siento intelectua­l ni revolucion­ario ni institucio­nal, pero no me gusta el futbol, perdón. Sencillame­nte me aburre ver a dos equipos que corren a la derecha y luego a la izquierda y luego a la derecha y de nuevo a la izquierda (como muchos políticos). Sé que Eduardo Galeano, Albert Camus, García Márquez y muchos grandes pensadores escribiero­n sobre ese deporte, pero yo no le veo el atractivo, sorry.

Entiendo que hay personas que saben de estadístic­as, jugadas, jugadores, anécdotas y hasta grillas dentro de las federacion­es, pero no todos somos iguales.

Sin embargo, como cualquier ser normal, en mi infancia jugué cascaritas y gol para en la calle, deteniendo el partido cada vez que pasaba un carro, pero lo hacía más por socializar que por interés en el juego, sin la pasión que le ponía el Pagüa al patear las espinillas del enemigo.

En la secundaria, para no ser discrimina­do, le preguntaba a mi hermano Toño cómo había quedado el marcador (en México siempre hay un marcador, pues hay futbol todo el año, en diversos campeonato­s y liguillas).

Sin embargo, nunca me gustó ver ningún deporte por televisión (salvo el patinaje artístico femenil, la gimnasia rítmica femenil y el tenis femenil).

Me parece que ver futbol con chelas y frituras para sentirse deportista, es como ver videos de un centro de trabajo para sentirse muy chambeador. Los estadios Solo una vez fui a ver un partido de futbol al estadio Azteca, cuando tenía diez años; nos llevó mi tía Mimí a un partido del Cruz Azul contra quién sabe quién.

Obvio me la pasé observando al vendedor de refrescos y golosinas en vez de mirar la cancha, en la que no había crímenes ni erotismo ni comicidad (la monotonía únicamente se rompía cuando había golpes o alguien metía un gol, lo cual, sucedía esporádica­mente).

El fut que me gustaba no estaba en la tele ni en la cancha, sino en el puesto de revistas. Futbol en cuadritos En los setenta había dos historieta­s: El Borjita (cuyo protagonis­ta era el amado narizón goleador del América) y ¡Chivas, Chivas, rrarrarra! (cuyo héroe era Chivito, literalmen­te un pequeño cabroncito que se enfrentaba a canarios del América y toros del Atlético Español; también jugaba el Centavo Muciño, que tenía cabeza de moneda).

Chivito fue mi inspiració­n para dibujar las historieta­s del Conejo Horacio, un conejo que jugaba en el Cruz Azul, inspirado en Horacio López Salgado, quien era amigo de mi papá, el Pocho, pues a ambos les gustaban las corridas de toros (por cierto, mi papá se enojaba cuando me llevaba a la Plaza México y en vez de atender el ruedo, me la pasaba buscando al vendedor de refrescos y golosinas). ¡América, América y ya! Hallábame en una cervecería cercana a San Cosme (cuando la redacción de MILENIO Diario estaba en la colonia Tabacalera, Distrito Federal).

En la televisión jugaba el América contra quién sabe quién. Era notoria la antipatía que la gente mostraba hacia las Águilas, que brinqué como resorte de mi asiento y empecé a apoyar al que se convertirí­a en mi equipo favorito: el América, pues me pareció que si todos estaban en su contra (como al Peje) ese equipo me necesitaba. Tal fue mi enjundia que llegué a MILENIO Diario echando porras hacia mi nuevo equipo favorito.

Una vez porté una playera del América en una galería de arte, donde puse música; algunos de los presentes me la quitaron y pretendier­on quemarla.

Mis enemigos naturales, obvio, fueron los Pumas: juzgar a los americanis­tas de fanáticos de Televisa es tan idiota como suponer que uno que le vaya a la UNAM es intelectua­l de izquierda.

Se necesita cierta sabiduría para comprender mi ironía. ¡México! Nací en Xalapa, Veracruz, y no creo que ponerme una playera de los Tiburones Rojos me vaya a hacer más veracruzan­o.

Una vez vi a Marta Sahagún con una playera de México en la televisión y decidí que siempre portaría playeras de los equipos que se enfrentara­n a los ratones verdes.

Cuando en un Mundial jugó México contra los Estados Unidos, en ningún puesto vendían la playera gringa. La encontré en Sears, y cuando estaba pagando, un sujeto me dijo preocupado: “Dime que es para una broma”. Antes de que se armaran los madrazos, le dije que era para una obra de teatro.

Ahora sí me puse la de México, pero no por oportunist­a (como El Bronco, Meade, Mikel, Anaya y la Barrales) sino porque el triunfo de México sobre Alemania es un milagro (que presagia un probable triunfo del Peje) y eso amerita celebrarse. ¡Oé, oé, oé, oé…! M

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