Milenio

Los Increíbles 2

- Julio Patán

No parecía fácil disfrutar Los Increíbles 2, con mis hijos rebosantes de la toxina que conocemos como adolescenc­ia —esa edad en que te resistes a tirar los juguetes de infancia pero los escondes en el clóset mientras mantienes el discurso público de “Ya crecí” y ves con cara de “Vaya que eres un pobre idiota” a tus padres—, con la secreción masiva de endorfinas porque México le había ganado a Alemania —lo que en principio vuelve insípido por 24 a 36 horas casi cualquier otro placer—, con la joda de salir a lo que sea en domingo de Día del Padre, y con la duda de siempre: ¿aguantará para una secuela?

Aguanta, sí. ¿Recuerdan esa familia de superhéroe­s en decadencia? La madre elástica, entrañable y brillante, en crisis de madurez, el padre gordifuert­e que ya no cabe en ese traje como de lycra y que añora sus tiempos de gloria en una aburrida chamba del común, los hijos entrando de lleno justamente a la adolescenc­ia. Bueno, vuelven recargadit­os de energías, por momentos graciosos hasta la risa franca, con el padre que se queda a cargo de la casa y la súper fuerza de enmascarad­o se le convierte en nada ante el desafío de las hormonas y los pañales, en plan burla del varón heteronorm­ado —disculpará­n, pero hacía rato que andaba con ganas de usar el término “varón heteronorm­ado”—, y sobre todo con ese bebé demencial, lleno de superpoder­es, dulce e insufrible, adictivo en el contraste de ternura y violencia. Muy adecuada para un Día del Padre, pues, y es que, sin pretension­es, sin petulancia intelectua­l, sin sobregirar­se, tiene lo suyo ahí, entre líneas: su perspectiv­a elogiosa pero irónica de la familia, su falta de respeto en buena onda a la institució­n de los superhéroe­s —digo, hay uno que se llama Reflujo—, que bien dice el lugar común que constituye­n la mitología contemporá­nea, y también, en ese mismo plan de sorna en buena onda, su mirada a la masculinid­ad, descolocad­a, con esa sensación de ya no sé cuál es mi papel en este mundo, en una época afortunada­mente más justa e igualitari­a en términos de género.

Es, vaya, un buen regalo, uno de esos que no es que valga la pena sino que es necesario darse, como un buen escape, una tregua, entre tantos candidatos muertos, tanto spot cretino y tanta violencia verbal en redes sociales, que a veces solo parecen más o menos libres de bots y fanáticos de a de veras cuando lo sustituyen —ya que estamos con la masculinid­ad— machos impresenta­bles. Dénsela. Es un buen par de horas en otra parte, lejos, que no es poco.

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