Los Increíbles 2
No parecía fácil disfrutar Los Increíbles 2, con mis hijos rebosantes de la toxina que conocemos como adolescencia —esa edad en que te resistes a tirar los juguetes de infancia pero los escondes en el clóset mientras mantienes el discurso público de “Ya crecí” y ves con cara de “Vaya que eres un pobre idiota” a tus padres—, con la secreción masiva de endorfinas porque México le había ganado a Alemania —lo que en principio vuelve insípido por 24 a 36 horas casi cualquier otro placer—, con la joda de salir a lo que sea en domingo de Día del Padre, y con la duda de siempre: ¿aguantará para una secuela?
Aguanta, sí. ¿Recuerdan esa familia de superhéroes en decadencia? La madre elástica, entrañable y brillante, en crisis de madurez, el padre gordifuerte que ya no cabe en ese traje como de lycra y que añora sus tiempos de gloria en una aburrida chamba del común, los hijos entrando de lleno justamente a la adolescencia. Bueno, vuelven recargaditos de energías, por momentos graciosos hasta la risa franca, con el padre que se queda a cargo de la casa y la súper fuerza de enmascarado se le convierte en nada ante el desafío de las hormonas y los pañales, en plan burla del varón heteronormado —disculparán, pero hacía rato que andaba con ganas de usar el término “varón heteronormado”—, y sobre todo con ese bebé demencial, lleno de superpoderes, dulce e insufrible, adictivo en el contraste de ternura y violencia. Muy adecuada para un Día del Padre, pues, y es que, sin pretensiones, sin petulancia intelectual, sin sobregirarse, tiene lo suyo ahí, entre líneas: su perspectiva elogiosa pero irónica de la familia, su falta de respeto en buena onda a la institución de los superhéroes —digo, hay uno que se llama Reflujo—, que bien dice el lugar común que constituyen la mitología contemporánea, y también, en ese mismo plan de sorna en buena onda, su mirada a la masculinidad, descolocada, con esa sensación de ya no sé cuál es mi papel en este mundo, en una época afortunadamente más justa e igualitaria en términos de género.
Es, vaya, un buen regalo, uno de esos que no es que valga la pena sino que es necesario darse, como un buen escape, una tregua, entre tantos candidatos muertos, tanto spot cretino y tanta violencia verbal en redes sociales, que a veces solo parecen más o menos libres de bots y fanáticos de a de veras cuando lo sustituyen —ya que estamos con la masculinidad— machos impresentables. Dénsela. Es un buen par de horas en otra parte, lejos, que no es poco.