Milenio

Criminaliz­ar defensores

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Las estrategia­s son varias y los aliados diversos, pero el objetivo es claramente uno: restar legitimida­d a los defensores de derechos humanos que les resultan incómodos. Es difícil asumir que en institucio­nes tan robustas, como las fuerzas armadas, algunos no todos, pero sí algunos de sus integrante­s estén dispuestos a ejercer violencia e incluso cometer delitos contra civiles, pero esto por inconcebib­le que parezca ha sucedido. Negarlo es irresponsa­ble porque evidenteme­nte alimenta la impunidad auspiciada por el Estado.

El problema no es únicamente la resistenci­a que hay para revisar con transparen­cia las posibles violacione­s a derechos humanos y ejercer la ley contra quien resulte responsabl­e, sino que hay una inversión de recursos y relaciones públicas destinada a inhibir el trabajo de personas dedicadas a defender y acompañar víctimas en los procesos de búsqueda y de justicia.

Organizaci­ones de sociedad civil dedicadas a la defensa de derechos humanos han detectado que en varios de los procesos de denuncia de violacione­s a derechos humanos hay respuestas de articulaci­ón con medios de comunicaci­ón e, incluso, con otros actores que se hacen llamar integrante­s de la sociedad civil pero que de facto actúan en su contra, quienes comparten discurso y emprenden acciones para criminaliz­ar a defensores.

La criminaliz­ación puede abordarse con frases que sutilmente generen desconfian­za y coloquen en el imaginario colectivo suficiente­s dudas para confundir la defensa de derechos de civiles con el apoyo al crimen organizado. Al par de tuits que salen de aquellos líderes de opinión que disfrutan repetir el lugar común de que “los derechos humanos son una salida para liberar criminales” se suman algunas notas periodísti­cas, que hilvanan la presencia de posibles delincuent­es entre las víctimas de desaparici­ón o, lo que es más delicado, reportajes que afirman que los defensores reciben pago de criminales. El hostigamie­nto cobra diferentes caras, cuando no se expresa en amenazas explícitas, se manifiesta de forma pasiva en difamación pública. En un juego de verdades a medias, el objetivo puede ir generando el efecto esperado: inhibir la defensa legítima de los derechos humanos.

Por lo pronto, se está viralizado un compromiso que resulta innovador: “Intentar silenciar a un defensor de derechos humanos solo hará que salgamos otros más a defender sus causas”. Así lo expresa el colectivo #SeguridadS­inGuerra.

Suficiente es el dolor por el que atraviesan quienes dedican su vida a la búsqueda de su ser querido y quienes los acompañan en el arduo camino de denunciar, visitar fosas, reconocer restos y atender trámites jurídicos, como para ser revictimiz­ados por estrategia­s difamatori­as. M

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