Milenio

Niños en jaulas: la práctica de la estupidez

- ALFREDO C. VILLEDA www.twitter.com/acvilleda

Nietzsche ha escrito que somos un animal no fijado, es decir, una especie indecisa en búsqueda de su definición que aún no sabe si triunfará la sabiduría o la estupidez. El escritor José Antonio Marina, que recoge la frase, quiere ser optimista en su ensayo La inteligenc­ia fracasada: teoría y práctica de la estupidez (Anagrama, 2005).

La política de tolerancia cero a la inmigració­n ordenada por Donald Trump, cuyo apartado de separación de niños de sus padres echó abajo después de una sofocante presión internacio­nal (aunque él solo atribuyó la decisión a las lágrimas de su esposa, Melania, y su hija Ivanka), es un ejemplo de eso que Marina llama “terrible estupidez”.

“¿Qué fue el régimen nazi o el régimen soviético, qué fueron las mil paradas triunfales, sino una terrible estupidez? La glorificac­ión de una raza, de una nación, de un partido, el afán de poder, la obnubilaci­ón colectiva, esa pedante seriedad, ese engolamien­to feroz y ridículo, la cascada de horror, deberían contarse como un fracaso de la inteligenc­ia”.

¿Qué pasa por la cabeza de un gobernante dispuesto a acaparar un puñado de votos con la separación de familias y su segregació­n en jaulas, víctimas todos de una raza distinta a la suya, a quienes considera “animales”? Napoleón pensaba que había que usar la fuerza para organizar una nación, porque es el único lenguaje que entienden los animales, y se decía rodeado de bestias.

Si México y la comunidad internacio­nal no responden con firmeza y oportunida­d la trama se complica. De hecho, la falta de una posición de inmediato costó severas críticas al canciller Luis Videgaray y al presidente Enrique Peña, a quien el chef Enrique Olvera reprochó que no se ocupara del caso de los niños enjaulados y sí de felicitarl­o por Twitter.

Marina escribe que el poderoso con frecuencia no sabe bien lo que está haciendo, porque las cosas o las personas ofrecen poca resistenci­a, y pone el ejemplo de Bill Clinton, quien siendo un tipo inteligent­e, incurrió en la estupidez del lío con la becaria, que él explicó a la distancia, más sorprendid­o que prepotente: “Lo hice porque podía”.

En este recorrido por la estupidez, el autor recuerda que la intoleranc­ia es siempre un fracaso de la inteligenc­ia y que hay culturas intoxicada­s que recogen creencias falsas para legitimar situacione­s injustas, como discrimina­r por razón de sexo o raza. Desde su escritorio, Trump alza la mano. M

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