Niños en jaulas: la práctica de la estupidez
Nietzsche ha escrito que somos un animal no fijado, es decir, una especie indecisa en búsqueda de su definición que aún no sabe si triunfará la sabiduría o la estupidez. El escritor José Antonio Marina, que recoge la frase, quiere ser optimista en su ensayo La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez (Anagrama, 2005).
La política de tolerancia cero a la inmigración ordenada por Donald Trump, cuyo apartado de separación de niños de sus padres echó abajo después de una sofocante presión internacional (aunque él solo atribuyó la decisión a las lágrimas de su esposa, Melania, y su hija Ivanka), es un ejemplo de eso que Marina llama “terrible estupidez”.
“¿Qué fue el régimen nazi o el régimen soviético, qué fueron las mil paradas triunfales, sino una terrible estupidez? La glorificación de una raza, de una nación, de un partido, el afán de poder, la obnubilación colectiva, esa pedante seriedad, ese engolamiento feroz y ridículo, la cascada de horror, deberían contarse como un fracaso de la inteligencia”.
¿Qué pasa por la cabeza de un gobernante dispuesto a acaparar un puñado de votos con la separación de familias y su segregación en jaulas, víctimas todos de una raza distinta a la suya, a quienes considera “animales”? Napoleón pensaba que había que usar la fuerza para organizar una nación, porque es el único lenguaje que entienden los animales, y se decía rodeado de bestias.
Si México y la comunidad internacional no responden con firmeza y oportunidad la trama se complica. De hecho, la falta de una posición de inmediato costó severas críticas al canciller Luis Videgaray y al presidente Enrique Peña, a quien el chef Enrique Olvera reprochó que no se ocupara del caso de los niños enjaulados y sí de felicitarlo por Twitter.
Marina escribe que el poderoso con frecuencia no sabe bien lo que está haciendo, porque las cosas o las personas ofrecen poca resistencia, y pone el ejemplo de Bill Clinton, quien siendo un tipo inteligente, incurrió en la estupidez del lío con la becaria, que él explicó a la distancia, más sorprendido que prepotente: “Lo hice porque podía”.
En este recorrido por la estupidez, el autor recuerda que la intolerancia es siempre un fracaso de la inteligencia y que hay culturas intoxicadas que recogen creencias falsas para legitimar situaciones injustas, como discriminar por razón de sexo o raza. Desde su escritorio, Trump alza la mano. M